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Qui potest capere, capiat

Como a un conejo

Como a un conejo

Por fin lo hemos descubierto. La cura perfecta para el cáncer.

 

 

Guillermo y Renato, son hermanos gemelos, fueron los únicos seres humanos que sobrevivieron en su continente, se devolvían a su patria en avión, un país que ya no existe, sobrevivieron gracias a que su padre (que se suicidó porque no soportó el dolor) no los quiso vacunar, porque nunca se presentó la oportunidad y al pasar el tiempo se le terminó olvidando.

Todos los seres humanos que fueron vacunados contra el cáncer, sí señores, se descubrió la vacuna para el cáncer, no era una vacuna propiamente tal, sino que se descubrió un germen que se devora las células cancerosas apenas éstas aparecen,  pero luego de 15 años de la inoculación  artificial, el germen mutó, cambió de alimento, a cualquier célula, por lo que de la noche a la mañana, las personas amanecieron muertas, ya que el germen se había devorado parte de sus órganos vitales, otras despertaron en medio de la noche con un insoportable dolor, sus manos parecían guantes, sus ojos, unos globos desinflados, a lo igual que la lengua, otros despertaban muertos por la sangre reseca.

Fue aterrador, todos los religiosos creyeron que el día del juicio final,

Oh Dios, Perdónanos, pero no tienes porqué torturarnos de esta forma.-exclamaban algunos desquiciados por las horrendas escenas, ya no había donde correr ni a quién suplicarle. El pánico y la  sentencia de la dolorosa muerte, no discriminaba justos ni pecadores.

 El peligro, la muerte, estaba en cada uno, ni detrás ni adelante, sino que dentro,  sabes que vas a morir, ni el más desdichado de los desdichados, ni el más suicida de los suicidas, se sintieron bien con la noticia, fue una tortura, ardor, huesos desquebrajándose a cada paso, ahogo, fallas motrices, cegueras repentinas, dolores agudos, derrames, ataques cardiacos.

 En aquellos tiempos, 1 de cada 7 personas padecían de cáncer, por lo que decidieron dar la vacuna a todo el mundo, antes de que el ser humano se extinguiera de la faz de la Tierra.

 

Pasaron 15 años de la VM (vacunación mundial), cuando Guillermo y Renato se devolvían de su paseo de fin de año desde España, ellos tenían 18 años, conversaban de lo bien que lo habían pasado y de lo mucho que habían tomado, contaban las diversas anécdotas, como que el Alexis había “pinchado” con una espectacular mujer mayor, que hasta lo invitó a su casa, y justa antes del acto, se entera que en realidad era un travestí, humillado se sentó al final del avión. Unos dormían tranquilamente soñando con el por fin reencuentro de sus amadas que en lejanas tierras lo esperaban,  pero en pleno vuelo, el piloto, las azafatas, y los demás pasajeros, entre ellos sus compañeros, empezaron a morir de forma misteriosa, el primero en morir fue Andrés, un joven idealista muy simpático e inteligente, mostraba sus habilidades de esgrima, cuando de pronto, sintió una especie de picazón en los pulmones, todos pensaron que era una broma, porque solía  hacerlas de esa clase, pero luego de 15 minutos, vomitaba sangre, falleció con unos gritos aterradores, que mostraban todo el dolor que podía sentir un individuo, innegablemente todos se aterraron, él pedía que lo mataran lo más rápido posible, ya no era picazón, sino ardor, como si estuviera respirando fuego, pávidos los pasajeros, creyeron que era una especie de enfermedad contagiosa, puesto varios empezaron a sentir malestares, luego de una jornada de espantoso griterío por el dolor, de llantos y suplicas, fue el turno del piloto, que falleció por un ataque al corazón, otros por derrames cerebrales, y unos simplemente caían muertos, al momento en que el piloto muere, todos los pasajeros restantes supusieron su muerte instantánea, agradeciéndole a Dios por ahorrarles el sufrimiento. La vertiginosa sensación les dio a entender lo peor, el avión cayó en picada y en muy breves pero eternos segundos se estrelló en un lugar de la Cordillera de los Andes, el fuerte impacto y con los pasajeros sin el cinturón, creó una escena digna de la peor (o mejor) película gore de todos los tiempos. La nieve amortiguó la caída, sin evitar que murieran descuartizados más de la mitad de los pasajeros que aún vivían.

 

Guillermo era un total omnívoro, mientras que su hermano Renato, era vegano, siempre discutieron sobre temas alimenticios, pero ahora, a 24 horas del accidente y solos en medio de la nada, no hablaban de otra cosa, de el que comerán, decidieron abandonar rápidamente la zona, descendieron hasta la falda del cerro, se encontraron un pueblo, el hedor lo sintieron desde lejos, no se explicaban que había pasado, pero las calles, las casas, los negocios, estaban atestados de cadáveres putrefactos, hinchados, seguramente llevaban mas de tres días muertos, el pueblo estaba lleno de perros y ratas que, se peleaban cada trozo de carne, la escena era horrible, mujeres, niños, ancianos y hombres por doquier, con una expresión de dolor mascullada en su rostro desfigurado, con los ojos saltones y los brazos abiertos, llenos de gusanos, no aguantaron el olor. Se marcharon, caminaron cuesta abajo, atónitos, sacaron todo los alimentos posibles de cada negocio y casa, angustiados llamaron a la casa de sus padres, pero nadie contestaba el teléfono, supusieron que los del pueblo habían muerto por lo mismo que los pasajeros del avión, de pronto, la noche sin Luna los envolvió en unas inquietantes tinieblas, que les impedía ver mas allá de dos pasos, decidieron pasar la noche en una cueva a la que inspeccionaron primero, Renato el vegano, quedó con los dedos de las manos quemados por el frío de la nieve, mientras que Guillermo, salió casi ileso fuera de un par de contusiones por el impacto, pasaron tres días en esa cueva, casi sin hablar aún impactados por las arrebatadoras escenas que a cualquiera la cordura trizas dejaría, cuando se les acabó la provisión de agua y gran parte del alimento que sustrajeron del pueblo, quisieron volver por más, pero ninguno de los dos recordaba el camino de regreso, pues caminaron largo rato a ciegas, bajaron para encontrar un arrollo cercano, al que oían, Guillermo, al ser omnívoro, cazaba conejos y sapos, para luego devorárselos, y le reclamaba a su hermano Renato que porqué no comía, que se olvidara de esa estupidez de ser vegetariano y que se preocupara de sobrevivir, mientras que este le reprochaba que era vegano y no vegetariano y además que no era necesario aniquilar a más animas, pues podían comer hierbas, Guillermo le gastaba bromas como:

- Si sigues comiendo como un conejo te voy a comer como a un conejo.

 Bromas que para Renato eran de muy mal gusto.

Decidieron caminar por la orilla del arrollo hacía abajo, con la esperanza de encontrar un pueblo o algo, tardaron mas de dos semanas, Renato enflaquecía mientras que Guillermo engordaba, pues este aparte de comer animales( a los que mataba fríamente a palos hasta que se dejaran de mover), también comía hiervas, y Renato sólo comía hiervas, tardaba mucho tiempo en recolectarlas y tenía que compartir con su hermano. Agotados, cansados y exhaustos, llegaron hasta el final del río, que se convertía en una pequeña laguna fangosa, al pisar se hundían hasta las rodillas, optaron por acampar en medio de la nada, cerca de la laguna, en un lugar sin árboles y lleno de arañas y escorpiones, las picaduras de las hormigas los despertaban en la madrugada, por lo que no podían dormir mucho tiempo, se separaban en el día para buscar comida, pero Guillermo siempre llegaba satisfecho y con las manos vacías, mientras que Renato llegaba con una que otra hierva, y mas encima tenía que compartirlas.

Miraba con repugnancia como Guillermo comía insectos y arañas.

 Un día, Guillermo no llegó, Renato preocupado por su hermano, se quedó en vela esperándolo, asustado a cada ruido nocturno, el viento frío que mecía sus cabellos no hacía más que angustiarlo por la terrible soledad, los gritos y las caras del dolor se le quedaron grabados en la mente, a cada hoja que era pisada a sus alrededores este saltaba pensando que era su hermano, pero no, eran roedores que lo siguen durante la noche y sin mencionar los acosadores buitres durante el día,

Luego de dos días solo, apareció Guillermo, contento le dijo que avistó un pueblo a lo lejos, se dirigieron a este, pero Guillermo, no recordó el camino, por lo que no consiguió mas que desviarlos más y más, hasta que no pudieron retornar a la laguna, quedaron en un lugar desértico, sin árboles ni pasto, solo arena y paja, Renato se quedó sin su fuente de alimento, mientras que Guillermo cazaba cuando insecto encontraba, las noches en vela y soledad, las pesadillas de los cuerpos mutilados de los pasajeros y los putrefactos y llenos de gusanos cuerpos del pueblo los terminó trastornando, se quedaban viendo sin desviar la mirada como quien mira al asesino de tu familia a través de un cristal, Guillermo esperaba que Renato se distrajera para devorárselo, dejaron de hablar, Renato temía por el insaciable apetito de su hermano.

Guillermo, al haber comido bastante más que su hermano, no estaba tan preocupado y tenía la mente casi intacta a pesar de las terribles escenas de los horrores nocturnos que les proporcionaban las pesadillas.

De pronto, Renato, cansado de limitarse, hambriento, y furioso por las privaciones que él mismo se impuso, con un suave y sugestivo viento, pensó que en medio de la nada, ya poco y nada importaba la sangre, la moral ni la religión. Asesinó a Guillermo mientras este buscaba insectos en la arena, levantó una piedra cercana, y de un sólo golpe consiguió partirle la cabeza, tirado en el piso con parte de la masa encefálica regada en la arena, el hermano gordo de Renato quedó con raras convulsiones por unos instantes, falleció en medio de la nada en una sombría tarde, Renato fuera de sí con las pupilas dilatadas y salivando tal cual hace un perro con rabia, se devoró cada suculento trozo de carne de su hermano, no quiso dejarle ni los ojos a las hormigas, cuando el festín decoroso de las peores escenas que algún predicador podría detallar del infierno para mantener a sus fieles, acabó diciendo:¿ quien se comió a quien como un conejo?

 Renato caminó y caminó, hablando solo, se devoraba cada cosa que caminara, pasó dos semanas caminando sin parar más que unas cuantas horas para dormir, de pronto, se vio solo, sin nada que comer, ni el cantar de los grillos escuchaba, desesperado por el hambre, empezó a tener alucinaciones, el truculento viento de las montañas que iba y venía de vez en cuando esgrimiendo las malezas y su ensangrentada y desastrosa ropa, le parecía que le decía cosas, conversaba con su hermano, este le decía:

-¿Quieres un apetitoso trozo de carne?

Renato temiendo por su cordura,  respondía que se callara, que él estaba muerto y que se dejara de joder.

Pero a cada rato escuchaba la voz de su hermano susurrándole al oído, “¿Quieres un apetitoso trozo de carne?”

Hasta que un día Renato arto por las voces, miraba a su alrededor pensando que le estaban jugando una broma, sólo vio árboles meciéndose, arbustos medios secos, nubes que no tenían ninguna forma y las montañas de color anaranjadas por el crepúsculo, pero el viento insistía, la verdad era, que ya no había vuelta atrás, su cordura dejó de existir junto con su hermano, ese miserable viento helada que le susurraba : ¿quieres un apetitoso trozo de carne?  Le terminó respondiendo que sí, que deseaba saber donde hay un apetitoso trozo de carne, su hermano le respondió apuntándolo con el dedo, esa fue la última vez que sintió el viento.

Renato, desconcertado, hambriento, se miró las manos, miraba sus dedos como si fueran ricas vienesas, sus brazos como ricas hamburguesas, sus piernas como ricos perniles de cordero, no aguantó mas, se dio una mordida en los dedos, el placer que sentía al devorarse así mismo, opacaba el terrible dolor de cada mordedura.

Cuando volvió en sí, se dio cuenta que no tenía los brazos hasta los codos, y tampoco las piernas hasta las rodillas.

Lenta, pero muy dolorosamente, Renato sintió cada mordedura, observó como su cuerpo fue devorado por cientos de miles de hormigas que lo invadieron sin poder explicarse porqué aún no estaba muerto.

 

Justo antes de desplomarse, creyó ver la imagen macabra de su hermano tal cual este lo dejó tirado en el suelo, con el cráneo abierto y sin ojos, sonriente le dijo:

 Eres el último ser humano, y nadie nunca pensó que terminaría así nuestra raza ¿y ahora quien se comió a quien como a un conejo?

 

De espaldas muerto quedó, mirando la tímida luna que se envolvía en las nubes, el sonido de las hojas chocando entre si, y por último, el viento frío y nostálgico que esgrime sus sucios y maltrechos cabellos.

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N.A Este texto lo escribí hace un tiempo, pero le hice un par de modificaciones, y deseo de verdad, saber que tal lo encuentran. ^^

Cuál es tu historia...

Cuál es tu historia...

¿Quieren que les cuente la historia?

 

Es lo que deseamos.

 

Bueno.

 

 

 Tranquila, muy tranquila diría yo, o mejor dicho, pasando a aburrida, está bien, para qué voy a estar con rodeos, mi vida era soberana mierda.

Desde hace mucho que es siempre lo mismo, como si no pasara el tiempo, como si todos los días fueran el mismo y este termina y empieza al momento de sonar el reloj despertador…

Me transformé en lo que siempre odié, en un mediocre pelafustán de clase media que pasa los meses raspando y apoyándose en las tarjetas de crédito.

El sueldo no sube, siempre es estático, pero sube el pan, la luz y el agua, cada vez me acuesto mas temprano, mis duchas duran menos y compro menos pan que el mes anterior. Todo para poner mantener los mismos gastos, algo que se sale de orden y me atraso con alguna cuota, y ahí es cuando se avalanchan los bancos encima para hacerte saber que el interés sube, que pidas más créditos, y un sin fin de barbaridades que tengo que mamarme cada mes…

 

¿En qué momento dejé de ser un joven entusiasta? ¿En qué momento me transformé en un consumidor de porquerías que no necesito, amargado, solo, y aferrado a la calculadora para saber si me alcanza el sueldo?

No lo sé, lo único que tengo claro, es que estoy atrapado.

 

Siempre es la misma rutina, me he dedicado a contar los pasos desde mi alcoba, hasta la puerta de salida, desde ahí hasta el paradero, la hora exacta en que pasan la locomoción, el tiempo del trayecto hasta el metro.

Siempre las mismas caras, años y años, ellos también están atrapados como yo, sólo que parece que no se han dado cuenta, o de pleno ya se resignaron. La vieja a punta de codazo se asegura un asiento, con sus abrigo plomo, su cabellera plateada, sus abundantes arrugas y esa, sobre todo esa horrible verruga que se ha postrado en su mejilla izquierda, es algo que no es posible olvidar, luego de avanzar dos estaciones en el metro, se queda dormida, o al menos, eso es lo que parece, al principio eso creí, pero hace un tiempo, el metro se detuvo suavemente y anunció un retraso por obstrucción en las vías, la vieja saltó de inmediato pensando que fue alguien quien se arrojó para terminar con su vida, desafortunadamente, desde el último vagón, es imposible darse cuenta de ello, sería un bello espectáculo. Lo otros personajes de este vagón son las escolares, cada años son mas hermosas que el año anterior, con sus faldas cortitas, sus blusas desabrochadas, sus insinuantes perfumes y atrevidos cortes de cabello, oh dios mío, ¿por qué nunca tuve compañeras así? Cierto, fui a un liceo de hombres…

El viejo Guillermo, un anciano que no tiene consideración alguna en ocultar el bulto en su cremallera mientras mira a las bellas y sexy’s escolares lascivamente, siempre inventa patrañas para estar mas cerca de ellas, para tocarlas y quedar como un santo, finge cansancio, ataques de asma, o ceguera repentina. Viejo califa.

El otro singular individuo es uno con aspecto descuidado y sucio, tiene cara de maleante, pero creo que debe ser una especie de nerd moderno, ya que se sumerge en su estrafalario teléfono celular, mientras que el mío es un de tecnología de punta, de punta africana claro está…

Cuando se toma el último metro, el de las 23:00, es fácil sentir curiosidad por estos seres.

Son tantos años de trabajar como conserje en un restauran, de destapar excusados rebalsándose en mierda en que parece que hubiesen cagado la vaca entera. Uno se acostumbra al punto de comer en “la oficina”...  

 

Una vez, una señora se me acercó y entablamos una conversación, me preguntó que a qué me dedicaba, y yo le respondí que soy el encargado de recoger y limpiar los escenarios donde se hacen abortos. Al principio me miró con algo de horror, pero cuando le expliqué la talla, se bajó riendo y ni siquiera me dijo su nombre, jamás la volví a ver, era linda…

 

Cuando todo se torna aburrido y repetitivo, uno se estresa, luego se aburre y por último se resigna, pero ¿haz pensado en qué pasaría si dejas pasar ese último metro, estando ya dentro de la estación? Ese fue el peor error de mi vida, cansado de siempre lo mismo. Lo dejé pasar, me quedé esperando cerca de media hora, y ¿qué crees? Pasó otro metro, con otra gente, con la mitad de las luces apagadas, los guardias te advierten que si no lo tomas, debes abandonar la estación.

Estaba repleto, era sofocante, el viaje se me hizo eterno desde Baquedano hasta Bellavista de la florida.

Me bajé junto con varias personas, caminé hasta las escaleras y las subí, pero mientras las subía, vi a una vieja que no se podía un carrito que con mucho esfuerzo trataba de subir, nadie la ayudaba, yo esperé que alguien más lo hiciera, seguí de largo, al llegar arriba miré hacía abajo, y ahí estaba, en el mismo peldaño, nadie la ayudó, por lo que decidí devolverme y subírselo, muy agradecida aceptó, tenía el pelo largo, plateado y maltratado, con un chaleco en no mejor estado y una falda de flores desteñida, en realidad estaba pesado, era como los que usaba mi madre para ir a la feria.

Al llegar arriba, lo dejé en el suelo, solté un suspiro, y de la nada aparecieron hombres por todos lados apuntándome con pistolas y mostrándome sus placas, eran de investigaciones, me redujeron bruscamente y abrieron el carrito. Sacaron unas cuantas bolsas de ropa de lana vieja, pero al romperlas, un polvo blanco brotó como la sangre de un cerdo degollado, para sorpresa mía, todo estaba lleno de droga, yo me deshice en excusas diciendo que no era mío sino de una vieja, y al decir eso miré hacia abajo y ya no había rastro de aquella anciana.

 De toda una lluvia de aflicciones y extrañas sensaciones que pasaron por mi cuerpo y mente, sólo un pensamiento fue claro: “vieja culiá”…

 

Los policías dijeron tantos garabatos que no logré descifrarlos todos, me pusieron esposas, me golpearon por querer resistirme y me subieron a un auto a las afueras del metro.

 

No me respondían nada de lo que yo preguntaba, sólo me decían “cállate conchetumadre, allá hablarás todo lo que quieras”

 

Estaba asustado, pasaban y pasaban los minutos y yo no sabía donde me llevaban, se me hizo eterno el viaje, la ventanilla entre abierta dejaba colarse un frío y nostálgico aire que combinado a las luces que iban y venían del alumbrado público, era lo único que no me hacía sentirme aún más desesperado, nervioso y como no, iracundo. Creo que por primera vez me cagé en los pantalones, sólo recibí burlas y más garabatos…

 

Por fin el auto se detuvo, me dijeron “bájate cagón de mierda”- estaba todo muy oscuro, un tipo salió desde el edificio al que llegamos, me miró tan despectivamente que en toda mi vida de destapador de excusados había de sentir tantas ganas de agredir a alguien, escupió en mi zapato. Ante tal agravio respondí de la misma forma, recibí patadas y culatazos, sin mencionar los garabatos. Como pude me levanté y golpeé al sujeto (por no decir al culiado) , logré conectarle uno en la nariz y me dispuse a correr.

Corrí hacia el exterior, corrí y corrí, escuché atrás mío “PARA CONCHA DE TU MADRE!!!” seguí corriendo, di la vuelta en una esquina y corrí una cuadra, en eso el mismo auto en que me trajeron me dio caza rápidamente, me cerraron el paso, atónito los vi bajarse ágilmente, di media vuelta y corrí, de nuevo sentí el aire frío, los bocinazos a los lejos y las luces de los postes. Llegué a la esquina, choqué con uno de ellos que venía corriendo con la pistola en la mano, ambos caímos, pero con la adrenalina que en ese momento sentí, me puse de pié antes que él, recogí su arma y le apunté, miré su cara de espanto, su mirada penetrante pero vacía, sudoroso empezó a gemir como un bebé, cerré los ojos, escuché un fuerte estruendo, un dolor insoportable en la espalda me paralizó, los hijos de puta me dispararon. Todo se empezó a oscurecer, los sonidos se hicieron inaudibles y distorsionados, las piernas me fallaron, y de bruces vi acercarse a gran velocidad los pastelones de la vereda, perdí el conocimiento antes de sentir algo relacionado a la caída.

 

Desperté en una camilla, era de día, lo primero de lo que me di cuenta, es que estaba esposado a la cama, traté de reincorporarme, habían dos policías ahí, uno de ellos saltó encima mío y me gritó “LO MATASTE CONCHETUMADRE!!!” y una seguidilla de golpes dieron a parar a distintas partes de mi cuerpo, estaba drogado. Volví a perder el conocimiento…

 

Cuando recuperé la consciencia ya era de noche.

 

Hasta que despiertas.- me dijo un sujeto desde las sombras de la habitación.- llevo horas observándote como duermes esperando que despiertes sin que nada lo provoque.

 

¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?

 

¿Es que acaso alguien necesita un motivo? ¿Un nombre? Pues bueno, lo tengo, mi nombre es Consciente, estoy escondido aquí, este lugar es horrible, me buscan para asesinarme, y como aquí eres nuevo, tú no tienes motivos para hacerlo, aún…

 

Extraño nombre… ¿Quién te quiere asesinar? ¿Los guardias? ¿Los reclusos?

 

No, creo que aún no sabes bien donde estás amigo mío.

 

Creo que no estoy entendiendo.

 

Justo en ese instante, se escuchó una alarma y varios pasos de gente corriendo por el pasillo, el tipo se me acercó, pude ver su rostro por entremedio de la luz que se cuela por los barrotes, era canoso con muchas cicatrices, me miró fijamente a los ojos.

 

Tú nos has visto nada.- dijo y volvió a las sombras de una esquina de la habitación.

 

Se escucharon pasos al otro lado de mi puerta, la abrieron y entraron unos guardias armados, encendieron la luz y me preguntaron: “¿Pasó por aquí?”

Para sorpresa mía, en donde se supone estaba Consciente, no había nada más que una esquina vacía, les dije que no sabía de lo que me hablaban, revisaron la habitación igualmente y se fueron…  

 

A la mañana siguiente, todavía desconcertado por todo lo ocurrido en el metro, más aún por lo de aquella extraña visita, decidí que tenía que salir de aquella lastimosa habitación, habría sido censillo de no tener las manos atadas a la cama.

Observé la habitación, estaba muy descuidada, se podía ver moho en el techo, la pintura color durazno se estaba descascarando.

De pronto, una enfermera entró a la habitación, y me dijo:


Hey, flayte de mierda, tómate estas pastillas.

 

¿A quién le vienes a decir flayte, gorda asquerosa?

 

Ya verás.- dijo mientras se retiró de la habitación, en realidad, era un a gorda horrible.-

 

Entró con un par guardias, me dijeron que no me hiciera el gracioso, y a la fuerza, me quisieron dar las pastillas, las que escupí de inmediato. De un fuerte y doloroso golpe en el lugar en donde me había impactado la bala, me hicieron gritar, uno de ellos metió su puño en mi boca e introdujo las pastillas, fue repugnante, me las tragué.

 

Desde ese instante, me di cuenta, que jamás saldría de ese lugar, me adormecían.

Tengo vagos recuerdos del tiempo que de ahí pasó en adelante, paseos sin rumbo por un patio, otros individuos que miraban con cara de imbéciles cualquier cosa, el suelo, el cielo, las paredes, o simplemente, nada. Nunca más vi u oí algo del sujeto extraño que se apareció en la noche. Siempre estaba mareado, quizás la sensación más parecida a eso, es la de estar ebrio, pero con la diferencia de que no eres feliz, ni triste, eres como una especie de nada andante. Comidas horrendas, con sabor al metal de los utensilios. Más y más pastillas.

Frío en las noches, calor en tardes, me entretenía mirando y matando insectos, tal cual hace un pequeño gatito.

Hasta que un día, uno de los idiotas, me ensució con pintura la ropa, por lo que uno de los guardias me prestó su ropa de calle por el tiempo en que se demora que limpien la mía, me llevó hasta sus camarines, había un televisor que estaba encendido, varios guardias lo miraban como zombies, sin mente, la vista clavada en ese aparato cuadrado y sin sentido, le presté atención, estaban viendo las noticias. Era terrible, afuera de aquél lugar coercitivo de todo tipo de inteligencia, había una guerra, ya no existían las naciones, sino más bien, ideales, una imagen se me quedó grabada, Santiago en ruinas, hablaban de una explosión nuclear en cadena, de Chile ya no quedaba nada, fue entonces que recuperé la razón, un pensamiento fugaz me hizo volver de ese estado de transe en que me dejaban las pastillas. “Si de Chile ya poco y nada queda, ¿en donde rayos estoy?...”

 

Una vez que el guardia me pasó su ropa, y con la razón recobrada, inspeccioné el lugar discretamente, casilleros oxidados, pintura descascarándose, ropa tirada en el suelo, seguía escuchando la televisión mientras me vestía.

“(…) terrible sin lugar a dudas, es la sensación imperante en estos momentos, el aire es asfixiante, mi país sucumbe ante los enemigos, mi ciudad natal arde en llamas, se escuchan sirenas a lo lejos de los carros de bomberos con sus integrantes seguramente muertos ante el sofocante aire radiactivo, este año, el 2010, es el año en que murió la ilusión de un país creciente democrático y libre (…)”

 

Increíblemente, pasaron 20 años en un parpadeo, 20 años de encierro, ya ni me acordaba por qué estaba en ese lugar, abandoné los camarines, el guardia se quedó con los otros a observar el televisor, no sabía en donde estaba parado, caminé por el corredor, vi una puerta con la luz que se prendía y apagaba, era un baño, me lavé la cara, vi mi rostro en un sucio espejo, ya no era como lo recordaba, canoso, arrugado y con una que otra cicatriz. Sentí mucha pena así que salí de ahí, vi una puerta al final, la crucé y di a parar al patio central, ya era de noche, se me acercó un individuo y me dijo:

 

De verdad que este lugar es el peor lugar del mundo.- y se retiró.

 

Lo seguí, llegué a un corredor que no conocía, o bueno, no recordaba, llegué al recibidor, el tipo dijo “Adiós Guillermo” una especie de recepcionista, yo haciéndome el tonto, salí de la misma forma y le dije, “Nos vemos Guillermo”, y adiós me respondió.

Crucé la puerta y ahí estaba, en la calle, libre.

 

Todo era desconocido, caminé un par de cuadras más abajo, el viento frío y la anaranjada atmósfera me hizo recordar de cómo llegué a aquél sitio. Encontré un lugar abierto, este lugar, me senté y me encontré con usted.

 

Oh. Te lo has ganado, aquí tienes un buen vaso de ron..-dijo el sujeto que me escuchó con mucha atención mi historia, luego le dijo al cantinero que el bar estaba completamente abierto para mi.

Mientras bebía, el sujeto se levantó y me dijo que iba al baño, el sabor del ron era tan placentero, pedí otro, pensaba que en esta infame hora, en que ya se me acabó la risa y se me nubla la vista, mientras que tomo y tomo, recordando lo perdido, ya no quiero empezar de nuevo. el sujeto no volvió. La rabia me induce, me hierve la sangre, pedí un vodka.

Salí de ahí, me devolví recordando todas las atrocidades, las violaciones, los guardias por diversión nos hacían pelear entre nosotros y las humillaciones. De nuevo la fría brisa sacude mi tez, pero ya no es nostalgia, es rabia la que me impulsa casi magnéticamente a aquél sitio olvidado por Dios..

Crucé de nuevo la puerta y le dije al recepcionista.

 

“viejo califa” .- y le aventé el vaso que tenía en la mano en plena frente.

 

Quedó tirado en el suelo inconsciente y sangrando, entré por el corredor, llegué hasta los camarines de los guardias, aproveché que estaban distraídos y cerré la puerta trancándola con un palo de escoba y mientras y casi mágicamente, encontré al lado, una bodega de los auxiliares, con suficiente líquido inflamable, rocié todo el lugar con los golpes y los gritos de los guardias como la más bella sinfonía de fondo. Inspeccioné el lugar (mientras lo rociaba) asegurándome de que nadie quedara con posibilidades de escapar.

Una vez que terminé el combustible, salí de ahí, me encontré con el recepcionista que se estaba reincorporando, de una sola patada en la cara quedó nuevamente tirado, revisé sus bolsillos y listo, lo que necesitaba, un encendedor.

Abandoné aquél sitio y desde enfrente, me quedé mirando como ardía en llamas, escuchando sus gritos y alaridos. El olor a carne quemada me recordaba los excusados llenos y rebalsados en mierda.

Fua ahí cuando llegaron ustedes.

 Todo por haber ayudado a esa vieja conchesumadre.

 

Tranquilo caballero, nosotros le ayudaremos, no tiene nada de qué preocuparse, tome estas pastillas y se sentirá mejor…

 

 

Pobre tipo, jura que creeremos semejante estupidez, llévenselo, es un pobre viejo loco que quemó un asilo de ancianos.

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"VIEJA CONCHA DE SU MADRE".-gritaba una y otra vez desde la oscuridad de su celda, toda la noche, hasta el amanecer, luego fue derivado a un recinto penitenciario y nunca más supe de él...

Esa es mi historia nietos míos, por si quieren seguir los pasos de un policía como yo, para que vean que en la villa del señor hay gente que tiende a disfrazar la realidad...

 

 

 

Una Cruel Broma

Una Cruel Broma

No sé en qué momento me quedé solo en medio de la nada, todos mis acompañantes sucumbieron ante la desoladora inmensidad del desierto abrasador, no sé cuanto tiempo llevo vagando en medio de millones de granitos ardientes de arena, que se acumulan en montañas, sólo el viento es testigo de mi martirio, con un infructífero esfuerzo trata de acariciarme, cuando sólo consigue sofocarme.

 

¿En dónde quedaron los amigos que me prometieron acompañarme?, creo que sobre estimé la amistad…

¿Por qué soy yo el último en morir?

 

De día, el calor insoportable, de noche el frío insuperable, pero aún sigo en pié.

No hay nada en este desierto que pueda aniquilarme, no porto nada que me sirva para suicidarme, estoy atrapado, ¿es acaso este un castigo, una forma de tortura?, ¿qué hice yo para merecer esto?, o ¿es que acaso ese ser infame al que llaman Dios está en contra mía?, no lo sé, sólo sé que aún vivo, o al menos eso creo…

 

Me duelen los pies de tanto andar, para donde miro todo es igual, arena, viento y soledad, una terrible soledad. En mi tierra nadie me espera, nadie me conoce, es lo mismo morir aquí que en cualquier otro lugar. Siempre pensé que mi destino era parar a una fosa común, pero, morir aquí es exactamente lo mismo que hacerlo en mi hogar; al fin y al cabo, el asunto es morir pronto, desgraciados suertudos de mis acompañantes, que a estas alturas yacen carbonizados y putrefactos en medio de este mar de arena.

 

Ese maldito sol me persigue a donde quiera que valla, parte en la mañana magullando mi rostro y termina por la tarde atosigando mi espalda, para luego irse a descansar y dejarme solo con el frío hiel de la noche.

 

Se acabó, no le seguiré el juego al imbécil de arriba, me tumbaré en el suelo y no me moveré más, me quedaré esperando hasta que la muerte se decida a ir a buscarme.

 

Así pasaron un par de  días, pero de pronto, algo interrumpe mi sueño en plena noche desértica, gélida y cruel, alguien me despierta, no logro ver su rostro, está completamente tapado, es un hombre…

 

Hey, amigo- me dice y para sorpresa mía habla mi idioma.- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

 

Algo desorientado y somnoliento respondí- No tengo idea, sólo ayúdame a salir de aquí.

  

Caminamos largo rato sin hablar mucho, bueno, yo hablaba, él sólo asentía.

Justo cuando creí que mi fin se acercaba como la noche en pleno crepúsculo, logré divisar a lo lejos un lago, de aguas claras, pero lo mejor de todo, había sombra, árboles, una casa, gente, había gente.

Por fin, sabía que Dios no tenía nada en contra mía, que él no podía odiar tanto a alguien como para imponerle dicho castigo.

Ésta alegría que me inunda es indescriptible, ya no más sol, ni calor y frío, ni tampoco más soledad, ¡No más soledad!

No sé si correr o caminar, cada vez estoy mas cerca. Lo logré, pude contra el desierto, seguramente me esperan, seguramente saben que mi avión se perdió, me están esperando, no lo puedo creer, ¡no más soledad!

Al llegar a la casa, unas personas salieron a recibirnos 

 

Tal y como mi salvador, aquellas personas estaban tapadas de rostro, tan solo relucían sus ojos de aquellas mantas, sus miradas estaban muy lejos de expresar felicidad, mas bien se deslumbraba un horror terrible, una pena inllevable, clamores indescriptibles salían de la expresión plasmada en sus ojos, mas yo no podía juzgar el terrible semblante de estas personas, yo era un huésped y ellos eran mis anfitriones.

 

Llegué a la casa, se veía vieja y polvorienta, daba la impresión de ser mas bien una edificación abandonada, golpeada por el azote del desierto, diezmaba por sus vientos y tormentas, tostada por el sol implacable, mas a mi poco me importaba aquella situación, quería agua, agua fresca y dulce fluyendo por mi garganta reseca y tapada en arena, corrí hacia el lago y bebí agua hasta que mi cuerpo sintió repugnancia de tanto tomar, en ese momento se apareció uno de aquellos hombres que residían en esa casucha, viendo a media distancia me dijo:

 

“Eres muy afortunado de estar aquí, pero a la vez eres una pobre alma solitaria, un vagabundo en el desierto, una criatura triste y errante”.

 

Me levante del suelo, lo miré fijamente, su rostro no expresaba  ningún tipo de gesto, por su voz deduje que era un anciano, le pregunté su nombre, mas el no respondió mi  pregunta, sólo me dijo:

 

 “En este lugar pocos tenemos un nombre, de aquellos pobres bautizados, tan sólo algunos recuerdan como se llaman y es que la verdad, ya no importa mucho como nos llamemos, sino lo que somos”

 

Luego de decir eso entró a la casa, no lo vi mas ese día.

 

La convivencia era tranquila y callada, todos deambulaban por la casa, el establo o por algún sector aledaño a la edificación, iban y volvían, parecían sin rumbo, sólo caminaban, tal vez para pasar el tiempo, los días eran largos y tediosos y las noches eran casi tan infernales como las que pasé a la intemperie en el desierto, pasaron los días y volví a encontrarme con aquel anciano, ésta vez fue en una de las habitaciones de la casa, sentado sobre lo que asemejaba una silla él me miró, no me dijo nada, parecía admirar el desierto desde una ventana, le pregunté si era feliz acá, volteó el rostro, me miró con sus ojos indescriptiblemente inexpresivos y me dijo:

 

“¿Crees que alguien es feliz acá?”

 

No le respondí, sólo me di media vuelta y caminé por un pasillo de la casa.

Fue en ese momento cuando me percaté de que ellos no pertenecían a un clan ni a un pueblo del desierto, de que la casa en la que habitábamos estaba tan estropeada, tan en desuso, sin embargo tantos residíamos en ese lugar. De que jamás vi a alguien beber agua del lago, sólo daban vueltas, merodeaban como animales encerrados en una jaula, corrí con pavor hacia fuera de la casa, mis dudas, miedos e incertidumbres camuflaron el extraño magnetismo que sentía por adentrarme una vez más en el desierto. Corrí y corrí, mis piernas no se cansaban , sólo se movían desesperadamente sobre la arena, en un momento llegué al avión estrellado en el cual yo viajé, vi con horror los restos de aquel aparato y no podía entender por qué estaba vivo aun, en ese momento apareció aquel anciano, al lado mío.

   

¿A veces el desierto nos juega bromas crueles no crees?-dijo el anciano.

 

 Me dijo el viejo, yo no le entendí, no entendía nada, no comprendía que pasaba a mí alrededor.

 

 ¿Tienes dudas?-prosiguió.

 

 Me dijo mientras se quitaba los harapos que llevaba  rostro, cuando se los quitó vi con extremo horror su cara, su piel estaba seca como la arena y sus arrugas asemejaban la corteza de un árbol, sus ojos grandes y fuera de orbita, parecían querer salir de su tez. Sus cabellos enmarañados y resecos eran como una hierba seca por el ataque voraz del sol. El espanto que sentía sólo se intensificó aun más cuando el mismo me dijo:

 

 “has visto ya mi rostro, ahora déjame ver el tuyo”

 

 Toqué al instante mi cara, para sorpresa mía yo también tenía la cara cubierta con harapos, completamente desesperado y entre sollozos pedí explicaciones. El anciano me respondió: 

 

“¿acaso no es claro?, ¿acaso no sabes por qué corriste hasta este lugar?, ¿sabes por qué estas aquí ahora?

 

Yo sólo lloraba en el piso sin entender nada, no podía soportar tanta presión, tomé un pedazo grande de vidrio que estaba botado cerca del accidente y me rebané la garganta, el anciano miraba sin decir nada, yo sentía como el dolor se apoderaba de mi, como mi sangre fluía por mi cuerpo ya exhausto de todo esto, mas el viejo sólo miraba, yo comencé a sucumbir al dolor y al frío de la muerte, en ese momento el viejo me habló:

 

 “¿acaso puedes destruir lo ya demolido?, no puedes ¿cierto?, entonces por qué intentas matarte, ¿acaso no te das cuenta?”

 

 En ese momento miré a mi alrededor, no salía sangre de mi cuello, tampoco tenía vidrio alguno en mi mano, me levanté del suelo aún mas desconcertado de lo que estaba antes, el anciano sólo miraba, parecía analizarlo todo, habló diciéndome:

 

“responderé a todas las preguntas que te formulé, pero créeme, lo que oirás será muy crudo. Primero que todo, corriste a este lugar porque todos nosotros tenemos una vinculación  con el lugar donde perdimos la vida, nuestros cuerpos, esperanzas e ideas yacen en lugares como este, en tu caso tu cuerpo está aquí”

 

¿Cuerpo?, ¿de qué estás hablando? Yo sobreviví a este accidente y al desierto, vivo contigo en esa vieja casa

 

 “¿sobreviviste?” -respondió el anciano- tú no sobreviste, tú estas muerto amigo mío, prueba de eso es ese cuerpo que está tendido a tu lado y que nos has querido ver.

 

 Volteé la mirada y vi. Mi cadáver tirado en la arena, era yo mismo ahí, era mi cadáver putrefacto y nauseabundo, devorado por minúsculos ácaros que cruzan el desierto en busca de la llamativa y quemada carne.

 

 “¿lo vez ahora?-habló el viejo- “somos la viva imagen del desierto, tal y como todo en este lugar, estamos muertos”

 

 Yo sólo miré aquel cadáver y empezaba a aclararse de a poco todo en mi cabeza, ya entendía ciertas cosas y una especie de sentimiento parecido a la resignación comenzaba a invadirme. ¿Qué hay de los demás que están en la casa?, ¿ellos también están muertos?

 

 “claro que si -Afirmó el anciano- pero aún no lo saben, la mayoría de ellos piensa, al igual que tu, que están vivos y tienen esperanzas de ser rescatados y volver a sus hogares, no se ven entre ellos, piensan que están solos en ese lugar, por eso deambulan sin sentido, ellos están tan aferrados a la vida que no tienen idea y tampoco aceptarían saber que están muertos. En cambio tú fuiste distinto, al parecer tú no tenías esperanzas en volver, tal vez desde alguna parte de tu interior ya habías aceptado la muerte, que triste…”

 

Yo lo escuchaba y armaba este singular acertijo -¿Cuánto tiempo llevas aquí?- Le pregunté inocentemente.

 

 “no lo sé- me respondió- para los muertos el tiempo es algo inválido y vano, no tiene sentido contarlo porque el tiempo no nos rige en absoluto, de hecho, mira tu cadáver”.

 

 Lo miré, ya sólo eran un montón de huesos a punto de transformarse en arena, un poco más de arena del desierto

 

“llevamos sólo unos instantes hablando de esto, pero mira, en el mundo de los vivos ya casi no hay indicios de ti, la verdad amigo mío es, que somos un pestañeo en el tiempo y el espacio, ambos términos son tan vastos, tan eternos y nosotros sólo somos un montón de arena inerte en el desierto-reflexionó el anciano con un gesto algo triste, era la primera vez que veía algún sentimiento en su cara- amigo mío, no somos nada, el mundo no nos extraña, por eso estamos aquí, solos, esperando a que en algún momento de la eternidad… sólo esperando.

¿Sabes algo?- prosiguió el viejo- por lo menos ahora puedo conversar con alguien en este lugar…”

 

 Yo lo miré con una pena profunda, como sintiendo lástima de esta persona, sintiendo lástima de mi también, no éramos nada, sólo dos animas conversando de algo que a nadie le importaba, dos muertos asumiendo su condición y resignándose a que ya nada en el mundo nos sacaría de este lugar, de este desierto enorme e interminable, eterno para quien quiera cruzarlo, éramos ambos víctimas de una cruel broma del destino, de una cruel broma del desierto, de nuestros sentidos y aflicciones, víctimas de algo que creo nunca comprenderemos, tal vez cuanto tiempo haya pasado hasta ahora y yo estoy aquí, en el mismo lugar, acompañado por este anciano que me ha abierto los ojos, cuidando mis restos, mis recuerdos, mis pertenencias que quedaron regadas por todo este lugar, haciendo guardia, el viejo sólo mira al horizonte. Esperando a que algo suceda, ya ni sé cuanto tiempo llevo aquí parado, sólo sé que es mucho, para nosotros los muertos…el tiempo es inválido y vano…no nos rige en absoluto…

  

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N.A : Este texto lo escribí en conjunto con un amigo, Israel, hace ya bastante tiempo, pero debido a sucesos inexplicables, el blog que teníamos en sociadad desapareció sin dejar rastros en el ciber mundo. Por suerte respaldé este cuento. ^^

Decadencia

Ha pasado el tiempo, demasiado, maldición, ya casi no queda whisky…

 

Esperé infructíferamente que las cosas cambiaran a mi favor, que algo pasara, pero nada, mi único pasatiempo era sentarme y escuchar música, evadía el trabajo doméstico en los “estudios”, era una excelente estrategia, eso me sirvió durante todos mis años de escolar, pero nada es para siempre, la continuidad del tiempo, el presente compuesto por una seguidilla de “ahoras” se transformó en un fue, y me quedé ahí, atrás, todos siguen en el ahora mientras que yo permanecí en el atrás, solo, me he vuelto viejo entre mis pares, desechables, que llegan, pero no se quedan.

 

Ya ni siquiera me importa conocerlos, sé que se irán, todo el mundo lo hace, el invierno, pasa al otoño, este a la detestable primavera y luego el insoportable calor de verano, pero yo tengo frío.

 

Perdí las motivaciones y los ideales que me hacían un “joven normal”. Las cajetillas de cigarros se fueron acumulando en mi habitación, eran la única prueba real de que el tiempo pasaba en el exterior, a parte de demostrar mi deterioro continuo, mi desgaste y frustración. Me recuerdan lo miserable que se puede tornar la vida sin las percepciones apreciativas.

 

A veces los amigos del futuro que en un loable esfuerzo de hacerme saltar al presente, me visitan, pero es inútil, y lo saben, ya no vienen tan seguido, no los extraño, pero los recuerdo con nostalgia por aquel tiempo en que disfrutaba vivir. Sinceramente me daría lo mismo si no vuelven, no los culpo.

 

Los niños a los que antes los miraba jugar al pillarse por entremedio de las persianas, son a los que ahora les compro las drogas para poder pasar las eternas noches de insomnio y aburrimiento.

 

Muchos me juzgan por querer embriagarme, por querer llenar mi cuerpo de toxinas y alucinógenos, no les gusta, pero es cuando pasen de la angustia, al aburrimiento y luego terminar en el hastío, sólo ahí me acompañarán con una copa, pero se llenan la boca con dilemas morales sobre lo que es correcto…

 …Me acostumbré a tomar solo.

 

La botellería de enfrente a la cual yo cariñosamente le llamo Farmacia, es la que me sacia de los medicamentos necesarios para una enfermedad llamada vida, antes era una panadería que era atendida por una dulce anciana, hace mucho que murió…

 

El tiempo pasa y las cosas cambian, es hora de que yo lo haga también, hoy me compraré un vodka…

Un simple juego

Un simple juego

No sé cuanto tiempo llevo vagando, por lo menos, cuando tenía mi cuerpo podía aterrorizar a las personas gracias a mis putrefactas facciones y al nauseabundo olor a descomposición, era divertido, pero los gusanos, el tiempo y el viento, me dejó como sólo una brisa cálida que deambula sin rumbo, imperceptible a los demás.

 

Yo nunca me atreví a cruzar el río, siempre pensé que me podía ahogar, siempre buscaba el camino seguro, el puente.

Así fue durante toda mi vida, siempre fui un cobarde, nunca me quise arriesgar, y por ello me fui quedando cada vez más solo.

 

Una vez inmerso en la soledad, todo empezó a dar lo mismo, todos los días eran iguales al anterior, pierdes el gusto por las cosas, la fe en dios y en la gente, sólo te tienes a ti mismo.

 

Un día, decidí salir de mi casa, romper con la rutina; meterme a cualquier lugarejo.

 

Fue así como llegué a un casino clandestino, y por primera vez, sentí que podía arriesgarme como nunca lo había hecho en mi existencia, era la oportunidad perfecta para arreglar mi vida.

Tomé una silla y me senté, no me miraron los otros jugadores (que por cierto parecían unos gentiles abuelitos), no me saludaron, lo único que dijeron es que la apuesta mínima es de 300 dólares hacía arriba y me dieron las cartas, estaban jugando poker.

Jugué toda la noche, perdí una y otra vez, pero no me importaba, aposté todo mi dinero, aposté mi auto, mi casa, mi familia, y lo perdí.

Jugué como nunca lo hice, a pesar de que lo perdía todo, sentía una adrenalina que me consumía, se apoderaba de mi cuerpo, arrebatándome la razón, me desquité conmigo mismo por todo lo cobarde que fui durante mi vida sedentaria y temerosa.

Me sentía poderoso, poseído, no sabía ni conocía las reglas del juego, pero ahí me quedaba.

Pero de pronto un cese al fuego de mis emociones me hizo recobrar la razón, no tenía nada, todo por lo que luché durante mi vida, lo perdí, llegó la hora de retirarme, no tenía qué apostar.

 En el momento en que me puse de pié, de inmediato todos los hombres con cara de gentil, de buena gente, ancianos y canosos, de esos que nunca te harían daño y encantado recibirías en tu casa, me miraron, su rostro se desfiguró hasta tomar una forma demoníaca, una tensión sombría reinó en el ambiente, me miraron, furiosos, con una mirada de esas en que si las miradas mataran, te harían mierda de sólo destello.

Se pusieron de pié al mismo tiempo, sacaron por entre sus chaquetas y de entre sus pantalones con suspensores armas de todo tipo y calibre, machetes, navajas y revólveres.

No me dijeron nada, todo estaba en un absoluto silencio, un sudor frío sacudía y horrorizaba mi cuerpo, ¿en dónde di a parar?

Me acobardé y sólo dije:

 

-Necesito ir al baño, no aguanto las ganas, quiero cagar.- (aunque para ser sincero, ya tenía los pantalones embetunados en mierda)

 

Uno de ellos señaló hacía un pasillo sumergido en  tinieblas porque el foco estaba roto, pero al final de éste se divisaba por debajo de la puerta, que el baño sí tenía luz y que estaba encendida.

 

Caminé despacio, a ciegas; sin querer pisé a un gato negro que ahí dormía, chilló y salió corriendo metiéndose por entre las grietas de la pared, me espanté y solté un grito-

Conchesumadre…- se escucharon risas desde el salón…

 

Una vez en el baño, y con sólo mirar la tasa se esfumaron las ganas de cagar, rebalsado en mierda, lleno de moscas circundándolo, se podían observar parásitos y gusanos nadando en tan suculento festín.

 

No pude hacer otra cosa que lavarme la cara y volver al salón.

 

Me senté, y dije:

Lo perdí todo, ya no tengo qué apostar.

 

La noche es joven, todavía tienes mucho que apostar.- dijo un anciano con una sombría sonrisa, y continuó.- todavía puedes apostar partes de tu cuerpo y órganos.

 

Lo sabía, eso era lo que estaban esperando estos viejos disfuncionales de mierda, querían mis órganos.

 

No me quedó otra más que aceptar. A medida que pasaban las horas, el juego se hacía cada vez más macabro, los viejos se peleaban por apostar mis órganos, y yo sin poder hacer nada, pero de todas formas ya no importaba, todo me da lo mismo, por lo menos, aquí me siento útil, necesitado, poderoso, tengo algo que ellos quieren.

Perdí mi corazón, mis riñones, el hígado, las córneas, todo lo que servía, cuando ya no quedaban órganos útiles que apostar, ahí recién es cuando el juego se tornó peligroso, macabro y desquiciado, llegó la hora de “partes del cuerpo”.

Se supone que los órganos los irían a buscar una vez que yo me muera, pero nunca pensé que esa sería mi última noche.

 

Primer juego de “partes de cuerpo” y me salió una pésima mano, igual que todas,  por suerte pude decidir yo que parte del cuerpo apostaría, decidí aportar mi mano derecha, puesto que soy zurdo.

Perdí, de inmediato todos se pararon, corrieron las cartas y me agarraron fuertemente, a pesar de que eran unos simples ancianos, poseían mucha fuerza, impotente, sin poder parar el endemoniado espectáculo, el primer machetazo fue horriblemente doloroso, el segundo sólo se encargó de cortar lo que no cortó el otro. Todo se impregnó con mi sangre, la escena era enloquecedora, llegó la hora de la segunda ronda, perdí un pié, luego el otro, después el brazo derecho hasta el codo y las piernas hasta las rodillas, los viejos sólo lo hacían por diversión, cada extremidad que me arrancaron se las dieron a los perros.

Con sólo mi brazo izquierdo intacto, dije:

 

Me cabrearon, viejos de mierda, toda la noche me han salido malas cartas, me han hecho trampa, exijo cambiar de juego.

Todos se miraron, rieron y aceptaron.

 

La ruleta rusa.- murmuré, todos se quedaron atónitos, se cagaron como yo lo hice en un principio, yo ya no podía irme de ahí en esas condiciones, no tenía nada que perder.

 

Entonces, un viejo dijo con voz solemne: -yo me ofrezco.

Yo parto dije, y uno me acercó un revólver, con sólo una bala y el carril dio vueltas y vueltas, para asegurarnos de que todo queda en manos del azar, tomé el revolver, lo acerqué a mi cien y jalé el gatillo. Nada pasó, fue el turno del viejo, el que me ganó el corazón.

Temeroso tomó el revolver, lo acercó a la cien y jaló del gatillo, de inmediato un fuerte ruido, sus sesos quedaron esparcidos en la mesa.

Ja!- dije por fin contento.- recuperé el corazón, el que me gane se lo lleva.

Se acercó otro viejo diciendo.- no le pasa dos veces, este cabrón se muere.- dijo el anciano que se ganó mis dos córneas.

 

Yo parto.

 

De nuevo el mismo ritual, una sola bala y el carril dando vueltas y vueltas, tomé el revolver, lo acerqué a mi cien, cerró los ojos, y click, sonó, llegó el turno del viejo, puso el revolver en su cien, jaló el gatillo y… click, soltó una risa y me pasó el revolver victorioso.

Sin titubear lo acerqué a mi cien y jalé del gatillo, otro click, y al viejo murmurar:

-conchesumadre…

Le tocó, dudó un tiempo, jaló del gatillo y un fuerte estruendo lo derribó al suelo.

 

¿Quien sigue? El poso se está acumulando, un corazón y dos córneas.

 

Yo sigo- dijo un viejo audazmente.- Pero ésta vez yo parto.

El mismo ritual, el viejo la acercó a su cien y sonriente jaló del gatillo, un fuerte estruendo le partió el cráneo.

 

Jajaja.- reí.- parece que al azar está de mi lado ahora.

 

Vamos, quien sigue, se mantiene el poso de dos córneas y un corazón.

 

Sólo quedaban tres viejos, uno de ellos dijo: recordé que hoy debo llegar temprano a casa, y se dio media vuelta. De inmediato otro viejo sacó un revolver le apuntó y le dijo: si estás tan apurado, tú sigues.

Y entre los dos viejos lo sentaron a la fuerza.

¿Quién parte? Dije desafiante y algo débil por el desangramiento.

Tu partes -dijo el viejo muy nervioso.

Bueno.- dije mientras ponía el cañón en mi cien, jalé y sólo se escuchó un click.

Le tocó al viejo, este no quiso tomar el revolver, se negaba, lloraba y pataleaba, entonces otro viejo tomó el revolver, apuntó directo a su cabeza y dijo: yo juego por ti, mariquita.- apretó el gatillo y el estruendo provocó un silencio que duró casi un minuto.

 

Sonriente pregunté

- ¿quien sigue?

Los viejos se miraron y acordaron en echarlo a la suerte; piedra, papel o tijera.

El perdedor fue el que me ganó los riñones y el hígado. Corrió y botó al suelo el cuerpo del viejo, al que aún le salía humo desde el agujero de la cabeza.

Excelente, esto se pone bueno- dije.

Yo parto

 

No, quiero partir yo- respondió el viejo

¿Éstas seguro?, ¿recuerdas lo que le pasó al otro imbécil que partió?

 

MMm,- pensó el viejo y respondió temeroso.- sí, estoy seguro.

 

El mismo ritual, hay un 1/6 de posibilidades de morir en el primer juego, después hay un 1/5 y así sucesivamente.

Partió el viejo, puso el revolver en su cien, titubeó y disparó, click, sonó, era hora de mi turno.

El cañón del revolver está caliente, jalé del gatillo, y otro click. Turno del viejo.

Otro click. Mi turno, clic, de nuevo.

El viejo puso el revolver en medio de sus ojos, no en su cien, mi miró fijamente y dijo: cabrón…

Disparó e instantáneamente la pared quedó salpicada en sangre, se escuchó un bulto caer y el revolver dio a parar a mi mano.

 

Cuando el pitido dejó de atosigar mi audición, le dije al otro viejo, todo o nada, es tu elección.

 

Esta vez cargué yo el revolver, con mucha dificultad obviamente.

 

¡Pues vete a la mierda hijo de puta!,-  dijo el viejo mientras se retiraba.

 

¡Tú serás el hijo de puta, viejo re concha de tu madre!,- le apunté y jalé del gatillo.

Click, click, click, Paf!!!, el estruendo y el viejo yacer sangrante en el piso…

 

Pasaron un par de minutos y perdí la conciencia. El frío y la espeluznante escena a cualquiera le arrebatarían la razón con sólo echarle un vistazo.

 

Pero algo pasó, desperté al otro día, creí haber muerto, pero podía moverme, me caí de la silla y me arrastré hasta la calle, gran sorpresa fue la mía, en pleno horario punta, me encontré con el gentío, que salía gritando y huyendo al verme, nadie quiso socorrerme, pedía ayuda, pero sólo huían como cucarachas de la luz. No quedó de otra que refugiarme en las alcantarillas, hasta que todo lo que quedaba de mi cuerpo desapareció.

 

No sé cuantos años abran pasado, el casino lo clausuraron y se transformó en ruinas, pero cada vez que me siento muy aburrido, voy a jugar cartas con los ancianos que ahora, sin tener necesidad de dormir y comer, juegan día y noche por el resto de la eternidad.

 

No debí haber jugado, hay cosas con la que no se deben jugar, cosas que no tienen precio ni valor, pero yo les di uno y lo perdí, extraño a mi familia, extraño ser como era antes, tenía a mi familia, pero los aborrecía, me sentía solo, ahora que no los tengo a mi lado, ahora que ellos no se dan cuenta de mi presencia, que ya no me extrañan, los echo de menos, nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, yo me di cuenta muy tarde.

No debí haber jugado, pero para mi, fue mucho mas que un simple juego, aposté mi vida, y la perdí, no fue por diversión, fue por necesidad, me sentí bien por un instante, pero la felicidad es tan efímera como la lluvia en verano o destello de una estrella fugaz, que cuando éstas van a morir, brillan con todas sus fuerzas y luego caen.

Es una tortura vivir estando muerto.

 

Una vez, vagando por ahí, escuché una canción que empezaba diciendo:

 “Que no está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los años, aún la muerte puede morir…” 

 

Estoy muerto desde mucho antes de estarlo, y lo deseo con todo mí ser…

 

¿Cuánto tiempo más pasará?...

 

  Claro, como era de suponerse, me gustaría haber jugado, nunca me atraví a cruzar el río, sólo fantaseo que lo hago, si bien llegé al casino clandestino, me acobardé y me retiré sin jugar ni apostar, seguí de largo, llegé a una botillería, me compré un agua mineral y regresé a casa.

Algún día entraré, creo...

Tres Misivas, dos gatos y un Sauce


      "Lo más terrible de estar solo es, estarlo sabiendo que pudiste haberlo evitado. Es una sensación vil y deletérea que hace que desde lo mas hondo de tu ser, las ganas de vivir queden tan olvidadas, que lo único que sabes o recuerdas, son ganas de morir, de borrarse de la faz de la Tierra, de yacer entre gusanos que expían la carne de tus huesos bajo 4 metros de tierra,  donde el aire está viciado por el propio olor de la putrefacción y una lápida con el último vestigio de la existencia, tu nombre.  

   “Ahora dejo esta nota como lo hizo mi hermano antes de morir, para que todos aquellos que la lean, comprendan lo importante que es una promesa.

Desde épocas antiguas, cuando era infante, cuando mi único familiar era mi hermano, que sólo cuando conocí mi propio reflejo a los 17 años en la casa de mi prometida me di cuenta que era mi hermano gemelo, que no me sentía tan solo.

Aun recuerdo esos días en el orfanato “Niños descalzos”, cuando hacíamos travesuras al padre Juan, en los tiempos en que le escondíamos sus zapatos y a sus pantuflas  les recortábamos la parte frontal, por lo que sus horrendos dedos de uñas largas y amarillas quedaban a la vista de todos con quien este se cruzaba preguntado por sus zapatos, que al final encontraba entre su colchón y las tablas de la cama; siempre nos pillaba, ¿será porque no parábamos de reírnos cuando este pasaba por al lado de nosotros?, podría ser, pero no era de maldad, sino por diversión, o mas bien dicho, por el deleite personal, pero nunca supe hasta hace un tiempo de él,  porque mi hermano le tenía tanto odio a ese ser que nos daba cobijo, alimento y cariño.

Cuando nos escapábamos de los días de visita, esos días en que gente extraña arrimaba en busca de lo que nunca tuvieron, en busca de algo que dejaron o perdieron.

 Aquellos días en que no volvíamos a ver a algunos de nuestros amigos; nos íbamos al campo por una puerta que siempre estuvo cerrada con candado, excepto aquellos días.

 Nos dedicábamos a buscar insectos entre la maleza y troncos descompuestos y los obligábamos a batirse en duelos, y el dueño del insecto perdedor debía recibir una patada del victorioso, jugábamos al coliseo hasta que el anaranjado cielo se tornaba púrpura y las estrellas apresuradas por ver el espectáculo, siempre llegaban una ves que había terminado, el viento que corría de un lado a otro acariciándonos el rostro y revolviéndonos  la cabellera para avisarnos que el padre Juan nos buscaba. Sentados junto al sauce contando las chinchillas veíamos a la madre Teresa que con un ademán de espantar una mosca nos avisaba que ya todo había terminado.

Cuando hacíamos barcos de papel en los que las chinchillas eran tripulación, los soltábamos a la cuenta de tres y partíamos corriendo acequia abajo. Una de esas tantas carreras, decidimos poner como capitán de barcos a nuestros gladiadores, él con su alacrán, victorioso de muchas riñas gracias a su letal aguijón y yo con mi mantis religiosa con sus grandes tenazas, batallas anteriores había vencido a otros muy buenos contrincantes, sobre todo arácnidos; la carrera era pareja, los barcos colindantes se disputaban el primer lugar, con sus respectivos capitanes que no hacían el mas mínimo rictus de huir de tan mortal competencia, sino que se ponían en el anverso del apachurrado barco. Nosotros sabíamos que la carrera finalizaba en e estuario de un río, pocas millas abajo, donde los barcos no oponían resistencia a las fulminantes corrientes de aguas enloquecidas que siempre se movían hacia la izquierda formando un torbellino. Nos cansamos de correr, pero pasó algo que nunca pensamos que ocurriría, la mantis religiosa se cambió al barco contrincante, fue una batalla espectacular, el alacrán cortó con sus fuertes e imponentes tenazas las de la mantis, pero no sin que ésta antes pudiera cortar el deletéreo aguijón. La mantis, desprovista de sus brazos, esperaba la muerte, mientras que el alacrán, confiado de la victoria, se volcaba sobre su festín, ya que con sus poderosas tenazas tomaba del torso y el abdomen a la mantis, primero se comió las patas restantes una por una, mientras que nosotros, expectantes de la batalla y no de la carrera, escuchamos el sonido de la desembocadura, y en un pequeño traqueteo que el barco hizo al chocar con una rama, la mantis logró soltarse y se echó a volar, voló lo suficiente para quedar fuera del agua, y el alacrán, atónito expectante de su fin, miraba con desesperación e impotencia el torbellino de agua. Pasó lo que tenía que pasar, el barco se desquebrajó y se inundó en aquel torrente que devoraba al arácnido sin aguijón, mientras que la mantis, con su último hálito de vida miró a su contrincante morir ahogado en un sin fin de vueltas.

Ante tan bello espectáculo decidimos que no había perdedores, ya que ambos capitanes defendieron con fervorosa solemnidad su honor de gladiador.

Otra competencia, también algo sanguinaria, era la de atrapar saltamontes, les amarrábamos una cintas distintivas para poder diferenciarlos, y los soltábamos en los gallineros, nos matábamos de la risa observando como eran descuartizados los insectos del contrincante por las plumíferas criaturas que, luchaban entre sí para conseguir algo de tan suculento bocado. Recuerdo que, hasta los ojos se sacaban.

Eran inolvidables y eternas tardes de entretención, pero fueron interrumpidas por aquel fatídico día, aquel día de visita en que la puerta estaba cerrada. Un extraño hombre apareció por el umbral, vio a mi hermano y fue a hablar con el padre Juan.

   Luego de un rato, nos enteramos que la madre Teresa estaba en el hospital, nunca supe hasta hace un tiempo el por qué, pero si recuerdo que,  nos entristecimos con mi hermano, porque recordamos todos aquellos momentos en que la madre Teresa nos había ayudado, cuando nos defendía de las rabietas del padre Juan, cuando ella se metía en nuestra alcoba cuando el demonio visitaba el orfanato, bueno, al menos eso nos decía ella, tales noches en que escuchábamos unos horrendos gemidos de animal, a nosotros nos asustaba, pero la madre Teresa parece que era la más afectada, aterrada mejor dicho, a veces parecía que ella se escondía con nosotros en vez de ir para calmarnos, eso era casi una vez al mes, nos encerrábamos, trancábamos la puerta con la silla de terciopelo verde en la que usualmente dormía el anciano gato don Baltasar (curioso nombre, no nos dejaban llamarlo de otra forma), sentíamos un sonido parecido al de unas cadenas arrastrándose en el frío suelo empedrado del pasillo, se detenía ante nuestra puerta, trataba de abrirla, pero no usaba la fuerza, luego seguía su andar sombrío y reptante, que ya casi era una rutina, pero no dejaba de horrorizarnos.

Ese día, el padre Juan apareció por el umbral de la puerta con una expresión de tristeza, que incluso, revelaba que había llorado, este se acercó, me tomó de la mano y dijo con impaciencia:

-Elijan quien de ustedes se quiere ir.

  Un escalofrío sacudió mi cuerpo, un olor a sangre mezclado con fango era el hedor que emanaba del padre Juan, mi hermano con melancólica mirada me dijo con una lágrima cayendo de su ojo izquierdo-

   -No te preocupes por mí, yo estaré bien aquí, aprovecha de conocer otros lugares, pero recuerda esto: búscame dentro de 10 años en el sauce.

 -De eso no te preocupes hermano, allí estaré.- dije compungido, mientras le daba la mano, y si hubiera sabido que era la última vez que hablaba con él, le habría dado un abrazo. 

  El padre me llevó a la puerta, yo alegué que debía empacar mis cosas, pero el padre Juan me respondió que adonde voy no necesitaré de esas porquerías, por lo que me fui con lo puesto, llegué hasta la puerta principal donde me esperaban un hombre extraño, con un abrigo largo y negro, de desquiciadas facciones, pelo blanco y desordenado, usaba lentes oscuros a pesar de que era de noche, era pálido y tenía una bufanda negra tan larga que le cubría el rostro hasta la nariz y sus extremos le rozaban el cinturón, este extendió su mano, no me dijo nada, el padre Juan abrió la puerta, era primera vez que conocía lo que había detrás de aquel umbral, parece que era otoño porque los grandes árboles no tenían hojas, la luna estaba entre las montañas y desfilaba una ligera brisa, caminamos hasta el portón y observé una carroza esperando con la puerta abierta, entré y había un hombre adentro, este me saludó y se presentó.

  Hola pequeñín, me llamo Guillermo Iriarte y seré tu nuevo padre.- dijo con una ligera sonrisa en su rostro. Este hombre, al igual que el que me trajo, tenía un lúgubre aspecto, el otro era el conductor.

Anduvimos largo rato, llegamos a una mansión gigantesca al amanecer.

Eran acomodados, llevaron profesores particulares que me enseñaron, latín, griego, matemáticas, filosofía, castellano e historia. En general la pasé muy bien, ahí me vine a enterar, que mi padre me adoptó porque su mujer murió al dar a luz a un bebé que nació ya descompuesto, y él necesitaba a un heredero, ya que no quería que su fortuna se repartiera entre sus hermanos y sobrinos. Creo que esa era la razón por la que nunca me llevé bien con ellos, siempre tan ariscos conmigo. Mis primos eran crueles al principio, me hacían jugar juegos que no conocía, por lo que mi actuar en ellos era algo risible pasando por ridículo y patético. Bueno, no todos eran así, uno se llamaba Alfred y el otro se llamaba Nicolai, ambos de tíos y nacionalidades distintas. Fue con ellos con quien empecé a salir a fiestas de la capital, la pasábamos muy bien, Alfred era algo más tímido que yo, mientras que Nicolai era extrovertido, de alocado aspecto y comportamiento, era muy cómico.

 Rápidamente hice muchas amistades. Cuando cumplí 17 años fui a una fiesta en la que conocí a una linda chica, era rubia, curvilínea, graciosa e inteligente, después de eso, no había segundo alguno en que no pensara en ella. Se lo comenté a mis primos, Alfred me dijo que no era buena idea enamorarme de ella porque a pesar de ser tan acomodada como yo, era de una familia liberal que odiaba a la familia conservadora de mi padre que, desde siglos pasados siempre truncó su ambición por un puesto en el gobierno, mientras que Nicolai respondió: 

  -Da lo mismo, mientras sea buena en la cama importa un carajo lo demás.

  Luego de eso Nicolai me acompañó a su casa y me daba uno que otro consejo, que no dejaban de causarme risa, uno de ellos era, que si me rechazaba, yo debía arrojarla por la ventana, la otra era si ella me aceptaba porque estaba esperando un hijo mío, yo debía arrojarme por la ventana.

Llegué hasta donde estaba ella, los nervios me comían vivo, por lo que al tenerla al frente mío, no atiné a decirle otra cosa que, “me prestas el baño”. Y ahí, en ese gran baño de mármol, fue la primera vez que vi mi reflejo, al instante me pregunté ¿por qué a pesar de vivir en una familia acomodada, no hay en toda la casa un espejo? y, recordé a mi hermano, recién ahí caí en cuenta que éramos mellizos, porque fue como verlo ahí, parado frente a mí con cara de sorprendido, recordé al instante la promesa, y tan solo faltaban 5 años para el encuentro bajo el sauce.  Salí del baño, mi primo estaba bromeando con los que serían mis suegros, les contaba sus historias de cuando estuvo detenido en el GULAG por quemar una granja con un ministro adentro (claro está que fue sin querer) y salvó de manera providencial al ser confundido por el hijo de un soldado, de cuando casaba ratones, los preparaba y cocinaba, por supuesto él no se los comía, pero los cambiaba por cosas como, sabanas, navajas y ropa limpia. Ella estaba esperándome en su alcoba. Al parecer, el pésimo comentario de Alfred no se hizo realidad, porque la familia me recibió de manera muy hospitalaria, y ella fue gentil conmigo. Cuando llegué a su cuarto, estaba desnuda y me dijo que al entrar cerrara con llave la puerta, y bueno, no es necesario contar el resto.

Así pasó el tiempo, me casé, tuve mi primer hijo, luego nacieron los mellizos, al termino de 8 años de casado tenía 6 hijos, mi padre murió cuando no nacía el quinto. Fue ahí cuando empezaron los problemas, porque mis primos que siempre hicieron risa de mí, arrimaron a la casa en el lecho de muerte de mi padre, seguramente esperando algo de él, pero cuando este me lo dio todo a mí, ellos me odiaron con todo su ser, porque la mujer de mi padre les prometió algo de herencia. Lo mismo mis tíos, estos dejaron de visitarme, dejaron de llamarme sebastiancito querido, dejaron de tratarme como uno de los suyos, se nota que todo lo hacían para quedar bien con mi difunto padre.

Luego de un par de años, estábamos de día de campo, mis primos Alfred, con su esposa y su primogénito de 3 años, Nicolai con sus 5 hijos de madres distintas, un par de amigos, mi mujer, mis 6 hijos y yo. La pasamos muy bien, asamos un cordero, tiramos fuegos artificiales, cuando de pronto, por entre la maleza encontré a un insecto, era una mantis religiosa, la atrapé de ágil e instintiva manera, todos miraron con asco mi hazaña, mi primo Nicolai dijo:

 -De veras que tu eres recogido, y dime, ¿que vas a hacer con esa cosa? ¿Te la vas a comer?- y todos se largaron a reír. 

  En ese instante me di cuenta que yo no era de ahí, que no pertenecía a este lugar, que todos los que estaban ahí, inclusive mis hijos, eran extraños a mi manera de forma de ser, comprendí de inmediato del porque mi primo Alfred, que se había hecho cargo de las finanzas, trataba de robarme, que mi primo Nicolai cortejaba a mi mujer, aunque me hacía el desentendido, pero incluso, sospechaba si mis hijos fueran realmente mis hijos. Y recordé algo que heló mi corazón como lo había echo años antes cuando el padre Juan me dijo que me despidiera de mi hermano, recordé que yo había faltado a mi promesa, que no fui al sauce al cumplirse los diez años, sino que ya me había pasado en casi otros diez.

Rápidamente abandoné el lugar, dejando atrás a mi familia que no era mi familia, deje atrás a todos esos buenos y malos recuerdos de niño rico, en que lo más divertido que podía hacer era drogarme y dejar que la música dominara mi cuerpo, en que amanecía después de cada fiesta con una chica desconocida en mi regazo, a veces eran dos, aquellos recuerdos en que mi padre me compraba los mas caros regalos que eran la envidia de mis primos, de cuando choqué el auto mientras mi primo Nicolai me enseñaba a conducir, de cuando una vez hice la misma travesura a mi padre que la que le hacía al padre Juan, pero a diferencia de este, mi padre se molestaba mucho porque sus pantuflas eran costosas, por lo que me castigaban con todo un día encerrado en mi gigantesca alcoba sin comer, del día en que conocí a mi mujer, del día en que nació mi primer hijo, al que puse el mismo nombre de mi hermano, todos aquellos recuerdos pasaban por mi mente mientras me alejaba, e inmediatamente volvían mis recuerdos de infancia, de cuando garrapateábamos insultos al padre Juan en el baño, de cuando al papel sanitario del padre y el de las monjas lo llenábamos de polvo pica-pica, que muy bien habíamos aprendido a fabricar, todo junto a mi hermano, mi hermano que ya debe de haberse cansado de esperarme junto al sauce.

Llegué al orfanato “Niños Descalzos” como a eso de las 9 de la noche, me llevé una impresión colosal al ver que ya nada era como antes, todo estaba muy sucio, las paredes agrietadas, las puertas carcomidas por los insectos, al cruzar el umbral de la puerta principal, me di cuenta de inmediato que el orfanato estaba abandonado, pero lo curioso es ese extraño olor de sangre mezclado con fango, el mismo al que olía el padre Juan, tan fresco como si el tiempo no hubiera pasado, cogí una vela que estaba en la pared, la encendí y de inmediato el suelo comenzó a moverse, horrorizado ante tal espectáculo di un grito ahogado, que apagó la vela y salí corriendo; una vez afuera me encontré con un ratón muerto, y recién ahí caí en cuenta que lo que se movía no era el piso, sino un montón de ratones y cucarachas, solté una carcajada por mi patético acto, encendí la vela de nuevo, y entre, observé que el techo estaba plagado de murciélagos, las paredes estaban roídas casi en su totalidad en la parte inferior, caminé por el pasillo y encontré una puerta, que siempre estuvo con candado, abierta, la curiosidad me llevó a entrar, lo que encontré, me espantó tanto o más que la primera vez que encendí la vela, era un cuarto lleno de grilletes, unas camillas metálicas y unos extraños aparatos nunca antes visto, pero parecidos a los que se empleaban en la obstetricia, y el olor mas fuerte que nunca a sangre con fango, rápidamente decidí salir de dicho cuarto, pero al salir un viento helado me sacudió hasta hacerme rodar pasillo abajo, naturalmente se me calló y apagó la vela, por lo que andaba a ciegas, pero de pronto oí el maullido de un gato y caminé siguiendo tales sonidos hasta llegar a la puerta por la que huíamos del día de visita, la encontré entre abierta, salí corriendo de aquel horrible lugar que antes fue mi hogar, corrí hasta que por entre las tinieblas de noche, logré divisar al sauce, algo más grande que antes, llegué hasta a él, con los nervios carcomiendo mi espíritu así como la soledad carcomió al orfanato, llegué hasta ahí, pero no veía nada, la luna se había ocultado por entre las nubes, empecé a escuchar el sonido de las ranas a los lejos, a su mismo tiempo el de las lechuzas, cada vez se hacían mas fuertes, cuando de pronto choqué con algo que, no puso resistencia alguna y se corrió, me espanté en demasía, lo que me hizo pensar en lo deleznable de mi valentía, saqué un fósforo de mi abrigo, lo encendí, y lo que parecía ser un montón de ropa, tomó forma humana, miré hacía arriba y era, era,… un cadáver; luego me desmayé.

Al despertar al otro día en el sauce, traumatizado por el cadáver colgante, aterrado sin duda, me dediqué a inspeccionar el sauce, sorpresa mía fue lo que encontré durmiendo en el hueco de dicho árbol, era quien otro sino don Baltasar, era igual a la última vez que lo vi,  cuando ese extraño hombre me llevó hasta la carroza, el misterioso gato me miraba desde arriba del portón.

El gato me reconoció, salió del hueco del árbol, y cariñosamente se acostó en mi regazo, yo entre tanto encontré en el mismo hueco donde don Baltasar echado estaba, un libro, lo cogí y leí; el libro constaba de una cuantas paginas, decía lo siguiente:

 “querido hermano, lo que aquí pasa es horrible, nunca pensé que lo peor era quedarse en este centro de torturas(…), el padre Juan es un desquiciado infeliz, después que te fuiste, la madre Teresa murió, y luego de indagar por mucho tiempo, descubrí que ella abría la puerta que siempre usamos los días de visita, pero el día anterior al de tu partida, ese demonio que se metía en la casa se metió en la alcoba de ella, pero no era otro sino el padre Juan, que encerraba a las monjitas en el cuarto que teníamos prohibido entrar, y … las violaba, yo ya lo sabía porque un día vi salir al padre Juan, este me encerró y me hizo lo mismo, y me dijo que si lo contaba con alguien, en particular contigo, te iba a hacer lo mismo y peor de lo que a mi me hizo, encerró a la madre Teresa y esta no pudo soportar las perversiones de viejo degenerado(…), por favor perdóname hermano, no aguanté la rabia después que este viejo me violaba casi día por medio, así que lo asesiné, fui a nuestro campo preferido, recogí todos los alacranes que pude encontrar, que no eran menos de 30, los metí a una caja, y rápidamente los llevé hasta la cama del padre, pero este se dio cuenta de mi plan, dijo que me iba a obligar a mirar como las violaba y que luego de violarlas las iba a matar, luego sería mi turno, y ¿ que crees? Lo cumplió, me obligó a mirar como una a una las monjitas eran violadas, ahí el me reveló que nosotros deberíamos estar agradecido de dichos actos, porque somos producto de ellos, al igual que todos los niños del orfanato “Niños Descalzos” y él mismo dijo, haber sido producto de los mismo actos, pero antes de mi turno me solté y le encaje el bastón metálico con el que usaba para aturdir a las monjitas y que nosotros escuchábamos arrastrar por el pasillo casi una vez al mes. Me di cuenta que todos los niños del orfanato ya habían sido violados en ocasiones anteriores, y que estos vieron ese último espectáculo, por lo que por su bien y el de sus descendientes, los asesiné también, para así terminar el circulo vicioso. No aguanté la podredumbre del lugar, y las almas de todos aquellos seres que yacieron en el lugar, inclusive la  de el padre Juan, no me dejaron en paz, después de 12 años de tu partida decidí terminar mi vida junto al sauce que tantos días felices nos dio en nuestra  inocente infancia (…)”   

Con unas lagrimas brotando de mis ojos leo esto, ahora me doy cuenta de todo, de don Baltasar no quedaban mas que huesos en mi regazo para cuando terminé de leer la nota de mi hermano.

  Ahora pienso; ellos querían llevarse a mi hermano, pero este sabía lo que me esperaba en aquel infierno.

Lo primero que pasó por mi mente, fue la de terminar mi vida igual que la de mi hermano, y cuando me dispuse a hacerlo, otro pensamiento franqueó mi cabeza, y era de que si mi hermano se sacrificó por mi, yo debería devolverle la mano, ya que de lo contrario su terrible destino sería en vano.

 Saqué el cuerpo colgante de mi hermano y lo sepulté ahí mismo, junto con el gato, que yo creo, estaba muerto desde hacía mucho más tiempo. 

  Y ahora a casi 60 años de aquel funesto encuentro, estoy sentado en el mismo sauce mirando a mi familia disfrutando de un día de campo, con sus manos enguantadas para no ensuciarse, mi mujer que del puro asco a la suciedad se quedó en casa, ahora tengo 10 nietos y un bisnieto, todos me adoran, pero son igualmente de pretenciosos que mis primos y tíos.

Ahora que estoy lleno de familiares, que no me dejan solo en ningún instante, recuerdo aquellos días en que jugábamos al coliseo, y recibía una fuerte patada de por parte tuya, ya que yo no me atrevía a atrapar insectos tan grandes y hostiles como tú, ahora todos los que me acompañan miran con repudio cuando atrapo un insecto con la mano, y para que hablar de cuando les cuento las historias de las sanguinarias pero divertidas tardes de nuestra inocente infancia, hasta una vez, mi mujer se puso a vomitar del asco; me siento tan ajeno a esta familia, mientras que cuando sólo te tenía a ti nunca estuve solo.

Te extraño hermano, ojala nuestra suerte hubiese sido distinta, a veces deseo tanto ser yo quien se tendría que haber quedado.

  Perdóname por no cumplir con la promesa de los 10 años. Si hubiese llegado antes, nada de esto hubiera pasado.

 Estos infelices se divierten, y que lo hagan mientras puedan, porque dentro de muy poco les va a hacer efecto el té envenenado que les di hace un rato, también mandé quemar mi casa con toda mi fortuna y mi mujer dentro de ella, y ahora antes de saltar de esta rama, antes de que ésta cuerda que envuelve mi cuello me arranque la vida de un solo apretón, te pido perdón por no haber llegado antes, pero ahora volveremos a estar juntos, aunque sea en el infierno…” 

 Sentado placidamente en el viejo sauce me encuentro, observando las estrellas y preguntándome ¿ Cuantos años habrán pasado ?, contando chinchillas, como lo hice en épocas lejanas, en que uno se transportaba en lúgubres carrozas, conducidas por hombres de tétricos aspectos que tenían que taparse enteros para no resfriarse por el viento, en que las velas, la luna y las luciérnagas eran las únicas luces visibles por entre las tinieblas abrasadoras de la noche, no como ahora que, ya no existen las carrozas, sino automóviles que ni siquiera necesitan un conductor y que hasta la misma luz del sol es opacada por las luces de neón.

  Cada quien tiene su merecido, es cierto que el padre Juan era violador, pero este fue quien se suicidó en el sauce, el orfanato cerró después de la muerte de él. A los 9 años de la partida de mi hermano, los niños se fueron con las monjitas a otro lugar, pero yo me quedé esperando a mi hermano, luego de que él se olvidó de mi por llevar la vida de millonario, decidí escribir la falsa nota envenenado por la ilusión de 10 años.  Ahora soy yo quien paga el precio, condenado a vivir en el cuerpo de un gato, esperando a ser recompensado por el demonio, con la muerte. Ni siquiera hay otros gatos para jugar en este triste árbol, acompañado de la nota suicida de mi hermano, en un campo lleno de cadáveres de niños, de un viejo, de un cura y de un gato...”

Da lo mismo

Da lo mismo

Cada vez que estoy parado frente a ti, que te veo sonreír, mirándome, se me pasan muchas cosas por la mente, tantas cosas que me gustaría decirte, a veces creo no poder resistirme a preguntarte…

 

 ¿Por qué ríes, mientras que el mundo llora?, acaso, ¿ tan poco te importa la desigualdad que impera en el mundo, que la pobreza tome carácter hereditario y se parezca cada vez más a la esclavitud, verte obligado a robar o ser robado, no tener la certeza de regresar a tu casa cada vez que sales, que en lugares como África, los niños no tienen qué comer por la culpa de la corrupción de sus mandatarios, la caza indiscriminada de ballenas, el daño a la capa de ozono, el calentamiento global, la guerra en medio oriente, la muerte de gente inocente cada segundo del día, el maltrato y abuso infantil, la prostitución de adolescentes, que las drogas y el alcohol destruyan familias, la crueldad animal, el abandono a los ancianos y la destrucción del medio ambiente?

 

No es necesario que respondas, sé que no te importa, sé que eres indiferente, sé que sabes que está mal, que no haces nada por cambiarlo, que sólo piensas en ti.

 

 Lo cómico de esto, es su reciprocidad.

 

Al mundo no le importan tus problemas, no le importan los míos ni los de él.

 

Al mundo le da lo mismo el que hallan asesinado a tu tío, el alcoholismo de tu padre y la drogadicción de tu hermano, que tu madre sea golpeada, que tu hermana tenga sida, tus primos están en prisión, que vivas en una casa de mierda, en un barrio de mierda, que no sepas que hacer con tu vida, que estás triste todas las noches o que pasas frío y hambre.

 Lo único que haces es fumar un cigarro, tal vez drogas, da lo mismo.

 

A ti sólo te importan tus problemas, no te importan los míos.

 

 

Bueno, espero te hallas reído con mi espectáculo, que te hallan gustado los chistes y las actuaciones, que hallas pasado un rato agradable. Vuelve a tu vida.

¿Por qué ríes mientras que el mundo llora? ¿por qué en mi espectáculo soy el único que no ríe?.

 

Cada vez que me veas sonreír, ten esto en cuenta, es sólo una mueca, no tengo razones para ser feliz, pero de tu felicidad depende mi sueldo, sé que te da lo mismo.

 

¿Quién soy? Jamás te importó de verdad, tu preocupación es fingida; se acabó el espectáculo, vuelve a tu casa, con tus seres queridos, riega tus plantas, alimenta tus mascotas, mira el estúpido televisor hasta dormirte, piensa en ti como siempre lo haces.

Te da lo mismo quien sea, lo que sienta o lo que quiera, haces como si nada pasara, cuando pasa de todo.

Sé feliz, todas las vidas son miserables, la vida es dura para unos, mientras que para otros es cruel; la felicidad consta de hacernos olvidar la miseria que nos rodea, pero la felicidad en sí es detestable, debido a que es tan éfimera como la lluvia en verano.

 

Tantas cosas que me gustaría decirte antes que se acabe el show, que vuelvas a tu casa pensando en esto, que te des cuenta que lo que sale en el televisor es cierto, que la gente sufre, que afuera hace frío, y a veces no hay que comer, que lloro por ti, pero sé que te da lo mismo. Fin del Espectáculo, si tan sólo pagaran tan bien como se ríen, darían ganas de levantarse cada mañana.

 

“Ríe y el mundo reirá contigo, llora y llorarás solo.”

La Última Sinfonía

La Última Sinfonía

Lo  sabía, este día iba a llegar, no esperé que fuera tan pronto, pero al parecer soy el único que lo disfruta, ¿qué podía hacer yo para detenerlo? Soy sólo un hombre, en medio de billones, una partícula insignificante. Un grano de arena en el desierto.

 

Soy el único que camina, mientras que  todos corren agarrándose el pelo, los presidentes ya no existen, ¿Quién gobierna? Da lo mismo, el rugir de los aviones de guerra pasando muy bajo, el hermoso silbido de las bombas caer, y luego, los estruendos, seguidos de oleada de gritos arrebatadores de la razón, pero a mi no me inquietan, no tengo a nadie ni nada que perder, podría bailar con ese sonido.

 

La tierra tiembla, nada mejor que un rico masaje; cae fuego del cielo mientras se parte en dos, puedo pedir un deseo por cada misil, son mas bellos que una estrella fugáz; el viento sofocante no hace más que dar una tierna y calida caricia a mi rostro.

 

Se percibe una electricidad en el aire, las casas de derrumban, los autos corren y corren sin tener dirección, nadie se escapa a la destrucción ¿qué sacan con correr, sino pueden esconderse?

 

La gente salta de los edificios en llamas, los tanques avanzan por las callen, disparando a todo, amigos o enemigos, da lo mismo. El humo cubre el sol, ¿soy el único que se da cuenta que creamos la noche artificial? Son las tres de la tarde y todo está oscuro….

 

Por fin llegué, desde la parte mas alta de la ciudad puedo ser espectador de tan bella y hermosa fiesta, es el fin de las civilizaciones, años de evolución para esto.

 

Los edificios se derrumban, el rugir de los aviones y el silbido de las bombas caer, los cañones de los tanques no se quedan atrás, los vidrios haciéndose  añicos, las armas automáticas de los soldados, las melodiosas sirenas de las ambulancias y lo más perfecto de todo, los gritos de las personas. Esta es la última y más perfecta de todas las sinfonías.

 

Por fin, veo algo que se acerca, lo estaba esperando, desde muy lejos se puede ver, basta con un solo misil para destruir un pueblo entero, y son inconfundibles, me siento genial, viene directo hacía mi, seré su primera víctima, lo único que lamento es no estar ahí para ver las ruinas.

 

Una vez Einstein dijo “No sé que armas se utilicen en la Tercera Guerra Mundial, pero si sé cuales se usarán en la cuarta;  palos y piedras

 

Yo me atrevo a refutarlo.

 

No existirá la cuarta, ¿quién la peleará?......

  

Adiós vida,

 Adiós Mundo, fue un placer!