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Qui potest capere, capiat

Tres Misivas, dos gatos y un Sauce


      "Lo más terrible de estar solo es, estarlo sabiendo que pudiste haberlo evitado. Es una sensación vil y deletérea que hace que desde lo mas hondo de tu ser, las ganas de vivir queden tan olvidadas, que lo único que sabes o recuerdas, son ganas de morir, de borrarse de la faz de la Tierra, de yacer entre gusanos que expían la carne de tus huesos bajo 4 metros de tierra,  donde el aire está viciado por el propio olor de la putrefacción y una lápida con el último vestigio de la existencia, tu nombre.  

   “Ahora dejo esta nota como lo hizo mi hermano antes de morir, para que todos aquellos que la lean, comprendan lo importante que es una promesa.

Desde épocas antiguas, cuando era infante, cuando mi único familiar era mi hermano, que sólo cuando conocí mi propio reflejo a los 17 años en la casa de mi prometida me di cuenta que era mi hermano gemelo, que no me sentía tan solo.

Aun recuerdo esos días en el orfanato “Niños descalzos”, cuando hacíamos travesuras al padre Juan, en los tiempos en que le escondíamos sus zapatos y a sus pantuflas  les recortábamos la parte frontal, por lo que sus horrendos dedos de uñas largas y amarillas quedaban a la vista de todos con quien este se cruzaba preguntado por sus zapatos, que al final encontraba entre su colchón y las tablas de la cama; siempre nos pillaba, ¿será porque no parábamos de reírnos cuando este pasaba por al lado de nosotros?, podría ser, pero no era de maldad, sino por diversión, o mas bien dicho, por el deleite personal, pero nunca supe hasta hace un tiempo de él,  porque mi hermano le tenía tanto odio a ese ser que nos daba cobijo, alimento y cariño.

Cuando nos escapábamos de los días de visita, esos días en que gente extraña arrimaba en busca de lo que nunca tuvieron, en busca de algo que dejaron o perdieron.

 Aquellos días en que no volvíamos a ver a algunos de nuestros amigos; nos íbamos al campo por una puerta que siempre estuvo cerrada con candado, excepto aquellos días.

 Nos dedicábamos a buscar insectos entre la maleza y troncos descompuestos y los obligábamos a batirse en duelos, y el dueño del insecto perdedor debía recibir una patada del victorioso, jugábamos al coliseo hasta que el anaranjado cielo se tornaba púrpura y las estrellas apresuradas por ver el espectáculo, siempre llegaban una ves que había terminado, el viento que corría de un lado a otro acariciándonos el rostro y revolviéndonos  la cabellera para avisarnos que el padre Juan nos buscaba. Sentados junto al sauce contando las chinchillas veíamos a la madre Teresa que con un ademán de espantar una mosca nos avisaba que ya todo había terminado.

Cuando hacíamos barcos de papel en los que las chinchillas eran tripulación, los soltábamos a la cuenta de tres y partíamos corriendo acequia abajo. Una de esas tantas carreras, decidimos poner como capitán de barcos a nuestros gladiadores, él con su alacrán, victorioso de muchas riñas gracias a su letal aguijón y yo con mi mantis religiosa con sus grandes tenazas, batallas anteriores había vencido a otros muy buenos contrincantes, sobre todo arácnidos; la carrera era pareja, los barcos colindantes se disputaban el primer lugar, con sus respectivos capitanes que no hacían el mas mínimo rictus de huir de tan mortal competencia, sino que se ponían en el anverso del apachurrado barco. Nosotros sabíamos que la carrera finalizaba en e estuario de un río, pocas millas abajo, donde los barcos no oponían resistencia a las fulminantes corrientes de aguas enloquecidas que siempre se movían hacia la izquierda formando un torbellino. Nos cansamos de correr, pero pasó algo que nunca pensamos que ocurriría, la mantis religiosa se cambió al barco contrincante, fue una batalla espectacular, el alacrán cortó con sus fuertes e imponentes tenazas las de la mantis, pero no sin que ésta antes pudiera cortar el deletéreo aguijón. La mantis, desprovista de sus brazos, esperaba la muerte, mientras que el alacrán, confiado de la victoria, se volcaba sobre su festín, ya que con sus poderosas tenazas tomaba del torso y el abdomen a la mantis, primero se comió las patas restantes una por una, mientras que nosotros, expectantes de la batalla y no de la carrera, escuchamos el sonido de la desembocadura, y en un pequeño traqueteo que el barco hizo al chocar con una rama, la mantis logró soltarse y se echó a volar, voló lo suficiente para quedar fuera del agua, y el alacrán, atónito expectante de su fin, miraba con desesperación e impotencia el torbellino de agua. Pasó lo que tenía que pasar, el barco se desquebrajó y se inundó en aquel torrente que devoraba al arácnido sin aguijón, mientras que la mantis, con su último hálito de vida miró a su contrincante morir ahogado en un sin fin de vueltas.

Ante tan bello espectáculo decidimos que no había perdedores, ya que ambos capitanes defendieron con fervorosa solemnidad su honor de gladiador.

Otra competencia, también algo sanguinaria, era la de atrapar saltamontes, les amarrábamos una cintas distintivas para poder diferenciarlos, y los soltábamos en los gallineros, nos matábamos de la risa observando como eran descuartizados los insectos del contrincante por las plumíferas criaturas que, luchaban entre sí para conseguir algo de tan suculento bocado. Recuerdo que, hasta los ojos se sacaban.

Eran inolvidables y eternas tardes de entretención, pero fueron interrumpidas por aquel fatídico día, aquel día de visita en que la puerta estaba cerrada. Un extraño hombre apareció por el umbral, vio a mi hermano y fue a hablar con el padre Juan.

   Luego de un rato, nos enteramos que la madre Teresa estaba en el hospital, nunca supe hasta hace un tiempo el por qué, pero si recuerdo que,  nos entristecimos con mi hermano, porque recordamos todos aquellos momentos en que la madre Teresa nos había ayudado, cuando nos defendía de las rabietas del padre Juan, cuando ella se metía en nuestra alcoba cuando el demonio visitaba el orfanato, bueno, al menos eso nos decía ella, tales noches en que escuchábamos unos horrendos gemidos de animal, a nosotros nos asustaba, pero la madre Teresa parece que era la más afectada, aterrada mejor dicho, a veces parecía que ella se escondía con nosotros en vez de ir para calmarnos, eso era casi una vez al mes, nos encerrábamos, trancábamos la puerta con la silla de terciopelo verde en la que usualmente dormía el anciano gato don Baltasar (curioso nombre, no nos dejaban llamarlo de otra forma), sentíamos un sonido parecido al de unas cadenas arrastrándose en el frío suelo empedrado del pasillo, se detenía ante nuestra puerta, trataba de abrirla, pero no usaba la fuerza, luego seguía su andar sombrío y reptante, que ya casi era una rutina, pero no dejaba de horrorizarnos.

Ese día, el padre Juan apareció por el umbral de la puerta con una expresión de tristeza, que incluso, revelaba que había llorado, este se acercó, me tomó de la mano y dijo con impaciencia:

-Elijan quien de ustedes se quiere ir.

  Un escalofrío sacudió mi cuerpo, un olor a sangre mezclado con fango era el hedor que emanaba del padre Juan, mi hermano con melancólica mirada me dijo con una lágrima cayendo de su ojo izquierdo-

   -No te preocupes por mí, yo estaré bien aquí, aprovecha de conocer otros lugares, pero recuerda esto: búscame dentro de 10 años en el sauce.

 -De eso no te preocupes hermano, allí estaré.- dije compungido, mientras le daba la mano, y si hubiera sabido que era la última vez que hablaba con él, le habría dado un abrazo. 

  El padre me llevó a la puerta, yo alegué que debía empacar mis cosas, pero el padre Juan me respondió que adonde voy no necesitaré de esas porquerías, por lo que me fui con lo puesto, llegué hasta la puerta principal donde me esperaban un hombre extraño, con un abrigo largo y negro, de desquiciadas facciones, pelo blanco y desordenado, usaba lentes oscuros a pesar de que era de noche, era pálido y tenía una bufanda negra tan larga que le cubría el rostro hasta la nariz y sus extremos le rozaban el cinturón, este extendió su mano, no me dijo nada, el padre Juan abrió la puerta, era primera vez que conocía lo que había detrás de aquel umbral, parece que era otoño porque los grandes árboles no tenían hojas, la luna estaba entre las montañas y desfilaba una ligera brisa, caminamos hasta el portón y observé una carroza esperando con la puerta abierta, entré y había un hombre adentro, este me saludó y se presentó.

  Hola pequeñín, me llamo Guillermo Iriarte y seré tu nuevo padre.- dijo con una ligera sonrisa en su rostro. Este hombre, al igual que el que me trajo, tenía un lúgubre aspecto, el otro era el conductor.

Anduvimos largo rato, llegamos a una mansión gigantesca al amanecer.

Eran acomodados, llevaron profesores particulares que me enseñaron, latín, griego, matemáticas, filosofía, castellano e historia. En general la pasé muy bien, ahí me vine a enterar, que mi padre me adoptó porque su mujer murió al dar a luz a un bebé que nació ya descompuesto, y él necesitaba a un heredero, ya que no quería que su fortuna se repartiera entre sus hermanos y sobrinos. Creo que esa era la razón por la que nunca me llevé bien con ellos, siempre tan ariscos conmigo. Mis primos eran crueles al principio, me hacían jugar juegos que no conocía, por lo que mi actuar en ellos era algo risible pasando por ridículo y patético. Bueno, no todos eran así, uno se llamaba Alfred y el otro se llamaba Nicolai, ambos de tíos y nacionalidades distintas. Fue con ellos con quien empecé a salir a fiestas de la capital, la pasábamos muy bien, Alfred era algo más tímido que yo, mientras que Nicolai era extrovertido, de alocado aspecto y comportamiento, era muy cómico.

 Rápidamente hice muchas amistades. Cuando cumplí 17 años fui a una fiesta en la que conocí a una linda chica, era rubia, curvilínea, graciosa e inteligente, después de eso, no había segundo alguno en que no pensara en ella. Se lo comenté a mis primos, Alfred me dijo que no era buena idea enamorarme de ella porque a pesar de ser tan acomodada como yo, era de una familia liberal que odiaba a la familia conservadora de mi padre que, desde siglos pasados siempre truncó su ambición por un puesto en el gobierno, mientras que Nicolai respondió: 

  -Da lo mismo, mientras sea buena en la cama importa un carajo lo demás.

  Luego de eso Nicolai me acompañó a su casa y me daba uno que otro consejo, que no dejaban de causarme risa, uno de ellos era, que si me rechazaba, yo debía arrojarla por la ventana, la otra era si ella me aceptaba porque estaba esperando un hijo mío, yo debía arrojarme por la ventana.

Llegué hasta donde estaba ella, los nervios me comían vivo, por lo que al tenerla al frente mío, no atiné a decirle otra cosa que, “me prestas el baño”. Y ahí, en ese gran baño de mármol, fue la primera vez que vi mi reflejo, al instante me pregunté ¿por qué a pesar de vivir en una familia acomodada, no hay en toda la casa un espejo? y, recordé a mi hermano, recién ahí caí en cuenta que éramos mellizos, porque fue como verlo ahí, parado frente a mí con cara de sorprendido, recordé al instante la promesa, y tan solo faltaban 5 años para el encuentro bajo el sauce.  Salí del baño, mi primo estaba bromeando con los que serían mis suegros, les contaba sus historias de cuando estuvo detenido en el GULAG por quemar una granja con un ministro adentro (claro está que fue sin querer) y salvó de manera providencial al ser confundido por el hijo de un soldado, de cuando casaba ratones, los preparaba y cocinaba, por supuesto él no se los comía, pero los cambiaba por cosas como, sabanas, navajas y ropa limpia. Ella estaba esperándome en su alcoba. Al parecer, el pésimo comentario de Alfred no se hizo realidad, porque la familia me recibió de manera muy hospitalaria, y ella fue gentil conmigo. Cuando llegué a su cuarto, estaba desnuda y me dijo que al entrar cerrara con llave la puerta, y bueno, no es necesario contar el resto.

Así pasó el tiempo, me casé, tuve mi primer hijo, luego nacieron los mellizos, al termino de 8 años de casado tenía 6 hijos, mi padre murió cuando no nacía el quinto. Fue ahí cuando empezaron los problemas, porque mis primos que siempre hicieron risa de mí, arrimaron a la casa en el lecho de muerte de mi padre, seguramente esperando algo de él, pero cuando este me lo dio todo a mí, ellos me odiaron con todo su ser, porque la mujer de mi padre les prometió algo de herencia. Lo mismo mis tíos, estos dejaron de visitarme, dejaron de llamarme sebastiancito querido, dejaron de tratarme como uno de los suyos, se nota que todo lo hacían para quedar bien con mi difunto padre.

Luego de un par de años, estábamos de día de campo, mis primos Alfred, con su esposa y su primogénito de 3 años, Nicolai con sus 5 hijos de madres distintas, un par de amigos, mi mujer, mis 6 hijos y yo. La pasamos muy bien, asamos un cordero, tiramos fuegos artificiales, cuando de pronto, por entre la maleza encontré a un insecto, era una mantis religiosa, la atrapé de ágil e instintiva manera, todos miraron con asco mi hazaña, mi primo Nicolai dijo:

 -De veras que tu eres recogido, y dime, ¿que vas a hacer con esa cosa? ¿Te la vas a comer?- y todos se largaron a reír. 

  En ese instante me di cuenta que yo no era de ahí, que no pertenecía a este lugar, que todos los que estaban ahí, inclusive mis hijos, eran extraños a mi manera de forma de ser, comprendí de inmediato del porque mi primo Alfred, que se había hecho cargo de las finanzas, trataba de robarme, que mi primo Nicolai cortejaba a mi mujer, aunque me hacía el desentendido, pero incluso, sospechaba si mis hijos fueran realmente mis hijos. Y recordé algo que heló mi corazón como lo había echo años antes cuando el padre Juan me dijo que me despidiera de mi hermano, recordé que yo había faltado a mi promesa, que no fui al sauce al cumplirse los diez años, sino que ya me había pasado en casi otros diez.

Rápidamente abandoné el lugar, dejando atrás a mi familia que no era mi familia, deje atrás a todos esos buenos y malos recuerdos de niño rico, en que lo más divertido que podía hacer era drogarme y dejar que la música dominara mi cuerpo, en que amanecía después de cada fiesta con una chica desconocida en mi regazo, a veces eran dos, aquellos recuerdos en que mi padre me compraba los mas caros regalos que eran la envidia de mis primos, de cuando choqué el auto mientras mi primo Nicolai me enseñaba a conducir, de cuando una vez hice la misma travesura a mi padre que la que le hacía al padre Juan, pero a diferencia de este, mi padre se molestaba mucho porque sus pantuflas eran costosas, por lo que me castigaban con todo un día encerrado en mi gigantesca alcoba sin comer, del día en que conocí a mi mujer, del día en que nació mi primer hijo, al que puse el mismo nombre de mi hermano, todos aquellos recuerdos pasaban por mi mente mientras me alejaba, e inmediatamente volvían mis recuerdos de infancia, de cuando garrapateábamos insultos al padre Juan en el baño, de cuando al papel sanitario del padre y el de las monjas lo llenábamos de polvo pica-pica, que muy bien habíamos aprendido a fabricar, todo junto a mi hermano, mi hermano que ya debe de haberse cansado de esperarme junto al sauce.

Llegué al orfanato “Niños Descalzos” como a eso de las 9 de la noche, me llevé una impresión colosal al ver que ya nada era como antes, todo estaba muy sucio, las paredes agrietadas, las puertas carcomidas por los insectos, al cruzar el umbral de la puerta principal, me di cuenta de inmediato que el orfanato estaba abandonado, pero lo curioso es ese extraño olor de sangre mezclado con fango, el mismo al que olía el padre Juan, tan fresco como si el tiempo no hubiera pasado, cogí una vela que estaba en la pared, la encendí y de inmediato el suelo comenzó a moverse, horrorizado ante tal espectáculo di un grito ahogado, que apagó la vela y salí corriendo; una vez afuera me encontré con un ratón muerto, y recién ahí caí en cuenta que lo que se movía no era el piso, sino un montón de ratones y cucarachas, solté una carcajada por mi patético acto, encendí la vela de nuevo, y entre, observé que el techo estaba plagado de murciélagos, las paredes estaban roídas casi en su totalidad en la parte inferior, caminé por el pasillo y encontré una puerta, que siempre estuvo con candado, abierta, la curiosidad me llevó a entrar, lo que encontré, me espantó tanto o más que la primera vez que encendí la vela, era un cuarto lleno de grilletes, unas camillas metálicas y unos extraños aparatos nunca antes visto, pero parecidos a los que se empleaban en la obstetricia, y el olor mas fuerte que nunca a sangre con fango, rápidamente decidí salir de dicho cuarto, pero al salir un viento helado me sacudió hasta hacerme rodar pasillo abajo, naturalmente se me calló y apagó la vela, por lo que andaba a ciegas, pero de pronto oí el maullido de un gato y caminé siguiendo tales sonidos hasta llegar a la puerta por la que huíamos del día de visita, la encontré entre abierta, salí corriendo de aquel horrible lugar que antes fue mi hogar, corrí hasta que por entre las tinieblas de noche, logré divisar al sauce, algo más grande que antes, llegué hasta a él, con los nervios carcomiendo mi espíritu así como la soledad carcomió al orfanato, llegué hasta ahí, pero no veía nada, la luna se había ocultado por entre las nubes, empecé a escuchar el sonido de las ranas a los lejos, a su mismo tiempo el de las lechuzas, cada vez se hacían mas fuertes, cuando de pronto choqué con algo que, no puso resistencia alguna y se corrió, me espanté en demasía, lo que me hizo pensar en lo deleznable de mi valentía, saqué un fósforo de mi abrigo, lo encendí, y lo que parecía ser un montón de ropa, tomó forma humana, miré hacía arriba y era, era,… un cadáver; luego me desmayé.

Al despertar al otro día en el sauce, traumatizado por el cadáver colgante, aterrado sin duda, me dediqué a inspeccionar el sauce, sorpresa mía fue lo que encontré durmiendo en el hueco de dicho árbol, era quien otro sino don Baltasar, era igual a la última vez que lo vi,  cuando ese extraño hombre me llevó hasta la carroza, el misterioso gato me miraba desde arriba del portón.

El gato me reconoció, salió del hueco del árbol, y cariñosamente se acostó en mi regazo, yo entre tanto encontré en el mismo hueco donde don Baltasar echado estaba, un libro, lo cogí y leí; el libro constaba de una cuantas paginas, decía lo siguiente:

 “querido hermano, lo que aquí pasa es horrible, nunca pensé que lo peor era quedarse en este centro de torturas(…), el padre Juan es un desquiciado infeliz, después que te fuiste, la madre Teresa murió, y luego de indagar por mucho tiempo, descubrí que ella abría la puerta que siempre usamos los días de visita, pero el día anterior al de tu partida, ese demonio que se metía en la casa se metió en la alcoba de ella, pero no era otro sino el padre Juan, que encerraba a las monjitas en el cuarto que teníamos prohibido entrar, y … las violaba, yo ya lo sabía porque un día vi salir al padre Juan, este me encerró y me hizo lo mismo, y me dijo que si lo contaba con alguien, en particular contigo, te iba a hacer lo mismo y peor de lo que a mi me hizo, encerró a la madre Teresa y esta no pudo soportar las perversiones de viejo degenerado(…), por favor perdóname hermano, no aguanté la rabia después que este viejo me violaba casi día por medio, así que lo asesiné, fui a nuestro campo preferido, recogí todos los alacranes que pude encontrar, que no eran menos de 30, los metí a una caja, y rápidamente los llevé hasta la cama del padre, pero este se dio cuenta de mi plan, dijo que me iba a obligar a mirar como las violaba y que luego de violarlas las iba a matar, luego sería mi turno, y ¿ que crees? Lo cumplió, me obligó a mirar como una a una las monjitas eran violadas, ahí el me reveló que nosotros deberíamos estar agradecido de dichos actos, porque somos producto de ellos, al igual que todos los niños del orfanato “Niños Descalzos” y él mismo dijo, haber sido producto de los mismo actos, pero antes de mi turno me solté y le encaje el bastón metálico con el que usaba para aturdir a las monjitas y que nosotros escuchábamos arrastrar por el pasillo casi una vez al mes. Me di cuenta que todos los niños del orfanato ya habían sido violados en ocasiones anteriores, y que estos vieron ese último espectáculo, por lo que por su bien y el de sus descendientes, los asesiné también, para así terminar el circulo vicioso. No aguanté la podredumbre del lugar, y las almas de todos aquellos seres que yacieron en el lugar, inclusive la  de el padre Juan, no me dejaron en paz, después de 12 años de tu partida decidí terminar mi vida junto al sauce que tantos días felices nos dio en nuestra  inocente infancia (…)”   

Con unas lagrimas brotando de mis ojos leo esto, ahora me doy cuenta de todo, de don Baltasar no quedaban mas que huesos en mi regazo para cuando terminé de leer la nota de mi hermano.

  Ahora pienso; ellos querían llevarse a mi hermano, pero este sabía lo que me esperaba en aquel infierno.

Lo primero que pasó por mi mente, fue la de terminar mi vida igual que la de mi hermano, y cuando me dispuse a hacerlo, otro pensamiento franqueó mi cabeza, y era de que si mi hermano se sacrificó por mi, yo debería devolverle la mano, ya que de lo contrario su terrible destino sería en vano.

 Saqué el cuerpo colgante de mi hermano y lo sepulté ahí mismo, junto con el gato, que yo creo, estaba muerto desde hacía mucho más tiempo. 

  Y ahora a casi 60 años de aquel funesto encuentro, estoy sentado en el mismo sauce mirando a mi familia disfrutando de un día de campo, con sus manos enguantadas para no ensuciarse, mi mujer que del puro asco a la suciedad se quedó en casa, ahora tengo 10 nietos y un bisnieto, todos me adoran, pero son igualmente de pretenciosos que mis primos y tíos.

Ahora que estoy lleno de familiares, que no me dejan solo en ningún instante, recuerdo aquellos días en que jugábamos al coliseo, y recibía una fuerte patada de por parte tuya, ya que yo no me atrevía a atrapar insectos tan grandes y hostiles como tú, ahora todos los que me acompañan miran con repudio cuando atrapo un insecto con la mano, y para que hablar de cuando les cuento las historias de las sanguinarias pero divertidas tardes de nuestra inocente infancia, hasta una vez, mi mujer se puso a vomitar del asco; me siento tan ajeno a esta familia, mientras que cuando sólo te tenía a ti nunca estuve solo.

Te extraño hermano, ojala nuestra suerte hubiese sido distinta, a veces deseo tanto ser yo quien se tendría que haber quedado.

  Perdóname por no cumplir con la promesa de los 10 años. Si hubiese llegado antes, nada de esto hubiera pasado.

 Estos infelices se divierten, y que lo hagan mientras puedan, porque dentro de muy poco les va a hacer efecto el té envenenado que les di hace un rato, también mandé quemar mi casa con toda mi fortuna y mi mujer dentro de ella, y ahora antes de saltar de esta rama, antes de que ésta cuerda que envuelve mi cuello me arranque la vida de un solo apretón, te pido perdón por no haber llegado antes, pero ahora volveremos a estar juntos, aunque sea en el infierno…” 

 Sentado placidamente en el viejo sauce me encuentro, observando las estrellas y preguntándome ¿ Cuantos años habrán pasado ?, contando chinchillas, como lo hice en épocas lejanas, en que uno se transportaba en lúgubres carrozas, conducidas por hombres de tétricos aspectos que tenían que taparse enteros para no resfriarse por el viento, en que las velas, la luna y las luciérnagas eran las únicas luces visibles por entre las tinieblas abrasadoras de la noche, no como ahora que, ya no existen las carrozas, sino automóviles que ni siquiera necesitan un conductor y que hasta la misma luz del sol es opacada por las luces de neón.

  Cada quien tiene su merecido, es cierto que el padre Juan era violador, pero este fue quien se suicidó en el sauce, el orfanato cerró después de la muerte de él. A los 9 años de la partida de mi hermano, los niños se fueron con las monjitas a otro lugar, pero yo me quedé esperando a mi hermano, luego de que él se olvidó de mi por llevar la vida de millonario, decidí escribir la falsa nota envenenado por la ilusión de 10 años.  Ahora soy yo quien paga el precio, condenado a vivir en el cuerpo de un gato, esperando a ser recompensado por el demonio, con la muerte. Ni siquiera hay otros gatos para jugar en este triste árbol, acompañado de la nota suicida de mi hermano, en un campo lleno de cadáveres de niños, de un viejo, de un cura y de un gato...”

4 comentarios

xarleen -

Ups, el comment d antes es mio, se me olvidó poner el nombre

Anónimo -

o.O! Vaya, no me esperaba ese final, siempre me dejas con la boca abierta... enorabuena!!
Por ciero decidi ponerte en mi blogroll, creo q los pocos q entran en mi blog no deberian perderse esto.
Bss de nuevo ^^

xarleen -

Ola, hacia tiempo q no pasaba x aki. En realidad keria comentar en el post siguiente, xo no sé xq no me deja ¬¬
El caso sq es curioso, pues dices "no sabes lo q tienes hasta q lo pierdes" y aora mismo acabo de colgar en mi blog un post relacionado con eso. Aunk sinceramente el tuyo es de mejor calidad. Historia tras historia me sorprendes más, en serio. Esta aún no la lei, xo espero no tardar en hacerlo.
Bss ^^

TaTo -

te extraño...